Se pueden cuestionar en estos momentos –con mayor o menor inquietud— las políticas públicas y medidas que está implementando el régimen de la 4T pero las consecuencias serán implacables e irreversibles en el futuro.
Estamos hablando de cuáles pueden ser las grandes apuestas de un gobierno a la hora de decidir el rumbo de la nación y de la realidad que se impondrá, tarde o temprano, según las decisiones que hayan tomado los responsables de la cosa pública.
A contracorriente de lo que suelen instigar los trasnochados autócratas populistas –el divisionismo, la confrontación o la preeminencia de un grupo étnico por encima de los otros—, Lee Kuan Yew no dispuso, a lo largo de los más de 30 años que gobernó Singapur, un modelo segregacionista para crear, digamos, comunidades pobladas por chinos aisladas de los malasios o los indios, sino que diseñó deliberadamente un esquema donde todos, unos y otros, debían convivir desde pequeños en el colegio, en el barrio o en cualquier espacio común, y evitó así los perniciosos regionalismos que sobrellevan tantas sociedades, alentados por los bajos intereses de los politicastros de turno. Singapur es hoy una nación ejemplarmente unida, por no hablar del portentoso desarrollo económico y social que ha alcanzado gracias, justamente, a la visión de un gobernante.
En el extremo opuesto en lo que toca al uso político de la identidad racial, el supremacismo germano promovido por Hitler llevó a la ruina total a una de las más grandes naciones de Europa (de la mano de los imperialistas japoneses: al final, les cayeron encima dos bombas atómicas, ni más ni menos), pero el instinto destructor de los caudillos no se alimenta únicamente de primitivos nacionalismos sino que se nutre de otra suprema doctrina obligatoria, el socialismo, junto con sus variantes colectivistas, teñidas éstas de un asistencialismo tan poco financiable como necesitado de la opresión del poder.
Frente a las historias de éxito –escasas, hay que decirlo— de algunas naciones, Corea del Sur, Singapur, Chile y la propia China, se dibujan las economías fallidas de Argentina, Egipto, Venezuela, Pakistán, Cuba y Nigeria, entre otras, por no mencionar a países, como el nuestro, sellados por la fatalidad de las “oportunidades perdidas”, o sea, incapaces de alcanzar el bienestar atribuido a su enorme potencial.
Y sí, en efecto, disfrutamos de una muy privilegiada geografía –costas al Pacífico y al Atlántico, además de la vecindad con la economía más poderosa del planeta—, nos cayó del cielo el maná de la bonanza petrolera y durante décadas enteras tuvo lugar el mentado “desarrollo estabilizador”, llamado también “milagro mexicano”, una época de muy sólido crecimiento económico.
Las pautas dispuestas por el régimen en estos momentos, sin embargo, no anuncian nada bueno para nuestro futuro. Simplemente, pagaremos una colosal factura por el abandono de la educación. Y también por todo lo demás que están haciendo…