Uno no sabe nunca nada. Me entero mientras leo la Ciudad de México a través de los siglos, coordinado por Jorge Alberto Manrique, que la colonia Roma acoge al pueblo de la Romita, antiguamente Atzacoalco, nombrada así por los romeros que iban a la iglesia de la Piedad. Romería: peregrinación para visitar una ermita o un lugar donde hay un santo; o bien, grupo numeroso que se dirige a un lugar.
En mi infancia, la Romita la formaban calles y potreros habitados por gente pobre con fama de ladrones violentos. Se ubicaba entre las calles de Puebla, Durango, Morelia y calzada La Piedad, hoy Cuauhtémoc. Cuenta Manrique que su origen se remonta a los años posteriores al sitio de Tenochtitlan, cuando los indígenas comenzaron a asentarse a las orillas de la capital. La ermita original, a la cual acudían los romeros, a la que se le otorgó la advocación de Santa María de la Natividad de Atzacoalco se construyó como parte del programa de evangelización de Fray Pedro de Gante en 1530.
Insisto en que uno no sabe nunca nada. En los cuarenta, Luis Buñuel eligió ese espacio, la Romita, para una de las famosas locaciones de Los olvidados, cuando El Ojitos es abandonado por su padre al pie de la iglesia.
La colonia Roma, por la Romita, se pobló desde la segunda mitad del siglo XIX en el pueblo de Atzacoalco. Se urbanizó mediante un permiso que le otorgaron a Eduardo Orrín el 30 de diciembre de 1902, dueño del predio y gerente de la Compañía de terrenos de la Calzada de Chapultepec. En ese entonces ocurrieron las operaciones de la compañía Karl P. Cook y los fraccionamientos que inventaron los hermanos Lewis y Oscar Lamm. Desde entonces se le conoce como la colonia Roma.
En 1910, esa zona se encontraba poblada al norte y veinte años después se ocupó por completo y se construyeron casas en busca del hechizo francés, art déco, chalets, art nouveau. En el año de 1922 el Ayuntamiento abrió las calles de Puebla, Morelia y Frontera.
Mis amigos mayores pertenecían a los Edificios Condesa, a los Friends, enemigos mortales de la pandilla de la Romita. Los del Parque México también jugaban sus cartas. La leyenda contaba de grandes golpizas en calles oscuras. Yo tenía miedo. De hecho, todavía tengo miedo.