Cultura

La conspiración de la novela Respiración artificial

En esta entrega aludiré a la literatura y la crítica política, porque considero que es necesario detenerse a examinar cómo la narrativa, especialmente la novela, disecciona con renovado escepticismo los regímenes ideológicos decadentes de América.

Empezaré con un autor ejemplar, desde mi punto de vista, en el panorama de la literatura latinoamericana que resiste al autoritarismo: Ricardo Piglia (1941-2017), cuya obra, y en particular su novela Respiración artificial (Anagrama, 1980), ocupa un lugar singular. No es un testimonio directo ni un realismo descarnado; es algo más profundo: una máquina literaria de guerra que desmonta los mecanismos mismos del poder totalitario desde dentro, usando sus propias herramientas —la conspiración, el archivo y el lenguaje— en su contra. Piglia no solo narró la opresión: diseñó una narrativa que opera como un virus en el sistema de control del significado.

Mientras las dictaduras del Cono Sur, como la argentina, en su momento secuestraban, censuraban y reescribían la historia oficial, Piglia respondió con una novela que hace de esa fractura su centro. La trama, una elíptica conversación que comienza en abril de 1976, unos días después del golpe de Estado del general Videla en Argentina, entre el joven escritor Emilio Renzi y su enigmático tío exiliado, se construye sobre ausencias, cartas interceptadas y verdades a medias. Esto no es un defecto, es la tesis central. No es casual que la crítica académica contemporánea vea en esta estructura el reflejo de una realidad donde la verdad estaba secuestrada y la única forma de acceder a ella era a través de fragmentos y códigos por descifrar.

Alberto Julián Pérez, en su análisis Respiración artificial: el escritor y el terrorismo de Estado (revista Latinoamérica, 2013), lo expone con claridad: la novela propone que, bajo un régimen de terror, escribir es un acto de conspiración política en sí mismo. Cada frase, cada referencia velada, cada conexión histórica que el personaje intenta trazar (llevando la historia argentina hasta el siglo XIX), es un acto de resistencia contra el borramiento presente. Piglia argumenta, a través de su obra, que el totalitarismo no solo quiere controlar el presente, sino también el pasado; la literatura, por tanto, se erige como el archivo clandestino que impide ese secuestro integral de la identidad.

Este enfoque sitúa a Piglia a la vanguardia de la crítica literaria actual. Su obra es un caso de estudio perfecto para la reflexión cultural de la memoria, al mostrar la literatura como un "lugar de memoria" activo y disputado. También anticipa el giro afectivo común en novelas que podrían asemejarse por su intención (recuerdo en especial El apando, de 1969, de José Revueltas), pues la novela no transmite el miedo a través de descripciones explícitas, sino mediante la paranoia estructural de la propia narrativa, la sensación de que siempre se está siendo leído, interceptado, vigilado. El efecto aquí es la desconfianza y la incertidumbre, vectores perfectos de la experiencia dictatorial.

Pero el movimiento maestro de Piglia es convertir la literatura en el archivo alternativo de lo que el Estado intenta destruir. Frente a los archivos oficiales, vaciados o falsificados, la ficción se convierte en el depósito de la verdad histórica. La novela sugiere que la única manera de entender el presente (y sobrevivir a él) es reconstruir el pasado a partir de retazos, de pistas escondidas en cartas, diarios y conversaciones truncadas —algo que los organismos de derechos humanos harían después de manera literal, como demuestra el trabajo de Memoria Abierta en Argentina o el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos en Chile, iniciativas de organizaciones civiles para promover la memoria sobre las violaciones a los derechos humanos del pasado reciente, las acciones de resistencia y las luchas por la verdad y la justicia.

La vigencia de Respiración artificial es absoluta. En una era de paparruchas, negacionismo y revisionismos históricos promovidos desde el poder, como sucede en 2025 en México, la novela de Piglia enseña que la batalla es, en esencia, narrativa; no se trata solo de qué hechos ocurrieron, sino de quién controla el relato que los une y les da sentido. Piglia nos advierte que ceder esa potestad es el primer paso hacia la derrota. Por ello, releer a Piglia hoy no es un ejercicio académico: es un acto de preparación; nos entrena a leer entre líneas, a desconfiar de las narrativas únicas, a buscar las conexiones ocultas y a entender que la memoria es un campo de batalla que debemos defender con las herramientas de la crítica, la investigación y la imaginación literaria. Su obra concluye con una lección imperecedera: en la sombra del autoritarismo, la conspiración no es un delito, es un deber cívico, y la literatura, su manual de instrucciones.


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Porfirio Hernández
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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