Las conquistas logradas por las mujeres en muchas partes del mundo son portentosas, aunque algunos cambios las dañan. Son el resultado de su largo y formidable reclamo de justicia.
Dicho lo anterior, es agraviante para las mujeres mexicanas y para la nación en general que algunas de ellas hayan ascendido por la ruta de la sumisión, sin acreditar talento, capacidad ni genuino compromiso social. A veces hay en ello perversidad y, a veces, simplemente pequeñez.
Es el caso de la señora María Estela Ríos, que durante muchos años se fue acomodando como las calabazas, con los brincos de la carreta, y hoy está en la cima del nuevo y degradado Poder Judicial.
Esa señora fue designada por Tartufo (alias “rayito de esperanza”) consejera jurídica del gobierno de la capital, y al estallar el escándalo de los videos en los que aparecía René Bejarano recibiendo fajos de dinero sucio para “la causa”, para “el movimiento”, el 10 de mayo de 2004 la consejera de marras apareció en los medios de comunicación, pero no habló en contra de los delincuentes ni de “recuperarle al pueblo lo robado”, cumplió con la vil consigna del depravado “rayito” y se limitó a decir: “El ocultamiento de evidencias es una causal de delito y podría iniciarse un proceso legal por el incumplimiento del legislador panista (Diego Fernández de Cevallos) al no denunciar un delito ante el Ministerio Público”. Fingió ignorar lo que era del dominio público: que gracias a mí ese delito se denunció de inmediato ante la fiscalía. Del ladrón, sus compinches y el numerario no dijo ni una palabra.
Hace días la escuchamos en el Canal 22 de la televisión diciendo: “soy privilegiada, mi mamá quería que yo fuera secretaria pero mi papá dijo que no, porque a las secretarias las manosean, que debía ser abogada... no me convencieron pero yo obedecí”. Y remató diciendo: “estamos siendo muy innovadores a nivel mundial y yo acepto ser privilegiada, nos eligió el pueblo y a él debemos responder. Y ya para terminar, quiero decirles que yo sí aprecio mucho a nuestro ex presidente López Obrador porque nos devolvió nuestra dignidad como mexicanos y nos hizo reconocernos como pueblo sabio, y eso es lo que somos: un pueblo sabio”.
Según ella, amables lectores: la dignidad y sabiduría de cada uno de nosotros no dependen del decoro personal y demás prendas propias, son graciosos regalos del bienamado Tartufo.
Más aún, esa hija del “pueblo sabio”, la tómbola y el acordeón, pidió en reciente sesión de la nueva Corte algo insólito: que les permitieran acceso a sus asesores para que le indicaran cómo votar el asunto a debate, porque ella no entendía nada.
Sí, es privilegiada y llegó a la cima del Poder Judicial, pero sin dignidad ni sabiduría.
Gran verdad dijo Cicerón hace más de 2 mil años al afirmar que “sólo sirve el que sabe”.