Hace ya más de 15 años que el jaguar mexicano se declaró en peligro de extinción: entre el año 2000 y el 2010, la población se estimó en solamente 4,000 ejemplares. Recientemente, en 2024, el censo arrojó la cantidad de 5,326 jaguares, aproximadamente el 30% más respecto al censo anterior.
Es pertinente formular dos preguntas. En primer lugar, ¿qué fue lo que llevó al jaguar al peligro de extinción? En segundo lugar, ¿cuáles han sido las medidas que se tomaron para incrementar su población en un 30%? Porque lo que ha sucedido con los jaguares en nuestro país, es un ejemplo de lo que puede suceder con el resto de la fauna en México y en el mundo.
Cuando el jaguar fue declarado en peligro de extinción, se reportaron una serie de factores que lo habían conducido por ese camino:
- La respuesta de los ganaderos ante lo que consideraban un depredador.
- La caza furtiva con fines de entretenimiento.
- La caza furtiva, con fines de la venta de colmillos y de partes del animal.
- La constante deforestación de su hábitat para transformarlo en zonas de agricultura o ganadería.
Ante cada una de esas constantes, se tomaron decisiones que se llevaron a cabo mediante medidas concretas, que vale la pena resaltar.
En primer lugar, se colocaron casi mil cámaras trampa en medio millón de hectáreas, lo cual hizo que este censo se convirtiera en el más extenso que se ha llevado a cabo para cualquier mamífero en nuestro país. En varias costas del Pacífico, así como en la península de Yucatán y en la selva Lacandona, se detectaron los hábitats más importantes de este felino.
De acuerdo con la Alianza Nacional para Conservación del Jaguar, se llevó a cabo una expansión y un fortalecimiento de áreas naturales, lo cual permitió a los jaguares desplazarse y reproducirse. Asimismo, se promovieron incentivos para los ganaderos que se consideraban afectados por esta especie. Pero paralelamente, y eso es importante, se llevó a cabo una campaña educativa para concientizar a la población respecto a la importancia del jaguar en nuestro país.
La empatía por la vida animal, va en aumento. Recientemente en las redes sociales se anunció la muerte de un acaudalado cazador que fue pisado por el elefante que pretendía cazar. La respuesta de las redes sociales fue notable: la noticia se hizo viral a través de comentarios como: “bendito elefante” o “un desgraciado menos”. Lo mismo ha sucedido, en el caso de las recientes muertes de toreros que se viralizaron en redes sociales, con comentarios por el estilo.
Quizá, en efecto, nos dirigimos a una edad de la empatía. Pero esa empatía tendría que extenderse también a aquellos animales que, como diría Bashevis Singer, viven en un eterno Treblinka: el ganado vacuno y el ganado porcino, destinado a ser alimento del ser humano. Recuerdo que yo dejé de consumir este tipo de carne, cuando vi un anuncio que decía: “un momento de sabor en tu boca, a costa una vida entera de sufrimiento”.
Mucha gente está de acuerdo con esta idea, sin embargo, no está dispuesta a cambiar sus hábitos. Y la realidad es que esa comida no sólo esclaviza de manera indecible a estos animales: también hace daño a nuestra salud. No cambiar ciertos hábitos que sabemos que dañan nuestra salud y que promueven la injusticia en el mundo, indica cómo los seres humanos nos aferramos a nuestras costumbres y muchas veces somos incapaces de cambiarlas, aunque nos hagan daño.
Tomar las riendas de la propia vida e ir más allá de las meras costumbres, es el privilegio ético que todo ser humano debería ser capaz de darse a sí mismo.