Cuando quiera y pueda lea Una oveja negra al poder. Pepe Mujica, la política de la gente, un libro donde Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz hacen evidente que Mujica “nunca terminó de creerse el cargo, siendo este uno de sus principales problemas. Y también una de sus principales virtudes [...] porque eso le dio credibilidad”.
En lo personal me parece que esa fue solo una de las muchas razones por las cuales la gente le creyó, amó y despidió del modo que lo hizo esta semana. Mujica fue, como dijo Daniel Vidart, “un Quijote con disfraz de Sancho”, un viejo sabio y luminoso que tenía perfectamente claro el lugar que ocupa cada cosa en la vida.
Aunque la prensa se afanó por mostrarlo como el presidente más pobre del mundo, Mujica nunca se asumió como tal. Austero sí, pero no pobre. Donde hubo plena coincidencia entre éste y aquélla fue con relación a su actitud y comportamiento irreverente: “A veces es muy incómodo decir lo que se piensa. El asunto es que tengo marcha atrás, porque no soy un fanático”.
Su inteligencia preclara y empatía se fraguaron en la cotidianidad de los muchos barrios populares y rincones rurales recorridos. Las condiciones de vida del pueblo le enseñaron que “hay seguir y seguir” por la vía de la reconciliación y la paz. “No acompaño el camino del odio, ni aun hacia aquellos que tuvieron bajezas con nosotros. El odio no construye”, les dijo en una de las entrevistas a Danza y Tulbovitz.
Durante toda su vida repudió el lujo y las ordenanzas de la sociedad de consumo, despreció el dogmatismo ideológico, donó el 70 por ciento de su sueldo destinándolo a la construcción de viviendas para personas de escasos recursos, en lo familiar nunca tuvo servicio doméstico y prescindía cada vez que podía del gubernamental, su equipo de seguridad personal se limitaba a unas cuantas personas, los viajes internacionales los realizaba a través de líneas comerciales y su comitiva era ridículamente pequeña. Como él los evitaba, mediante una reforma constitucional evitó que sus subordinados tuvieran privilegios como funcionarios de Estado.
Pepe Mujica murió como vivió: amoroso, ligero, sencillo, sabio, luminoso, amante y maestro de vida. Descansa en paz, querido Pepe.