La entrega pasada hice referencia a Dignos de ser humanos, de Rutger Bregman, para poner sobre la mesa una idea radical: los seres humanos no deben ser entendidos desde la maldad, sino desde su capacidad para convivir, cooperar, solidarizarse y compadecerse con la desgracia ajena.
Habrá quien diga que esta idea no es radical, sino estúpida. Guerras, razias, genocidios y demás linduras que han destruido pueblos enteros son la “prueba irrebatible” de que el hombre es más cabrón que bonito. Y aunque es imposible negar que la barbarie humana ha dejado efectos bestiales, la larga investigación realizada por Bregman en archivos desclasificados representa un extraordinario punto de partida para darle la vuelta a la premisa de que somos malos por naturaleza. Va un par de ejemplos de muchos expuestos en su libro.
En septiembre de 1940, aviones alemanes lanzaron más de 80 mil bombas en territorio británico matando a 40 mil civiles. La fiera respuesta de Churchill se multiplicó por 10. En una noche, Dresde vio morir más personas que todas las fallecidas en Londres en toda la guerra.
¿Cuál fue la reacción de la población civil de ambos países? La contraria a la de sus dirigentes. Los ingleses “subieron varios peldaños en la escalera de la civilización. […] Al cabo de unas semanas, los londinenses hablaban de los bombardeos como se habla del tiempo”. Por su lado, los alemanes, como refirió el psiquiatra Friedrich Panse, no mostraron indicios de histeria, de hecho, los afectados por los bombardeos “se mostraban dispuestos a ayudar al prójimo, rescatar a las víctimas de los escombros y apagar fuegos. Ambos casos evidenciaron que “la civilización humana no resultó ser una frágil membrana, sino un callo que se endurece con la adversidad”.
Otro ejemplo que abona a desmontar la idea de nuestra maldad congénita es el reportado por el general e historiador Samuel Marshall. Tras entrevistar a cientos de reclutas en el pacífico y frente europeo, Marshall descubrió que “solo entre el 15 y el 25 por ciento de los soldados disparaba”. La noche de la batalla de Makin, donde él estuvo al frente, de 300 soldados norteamericanos, solo 36 jalaron del gatillo.
¿Qué dicen de nosotros estos sucesos? Primero, que estamos “diseñados” para convivir, cooperar, solidarizarnos, sentir compasión, no para destruirnos; segundo, que el liderazgo de turno no necesariamente representa el sentir y deseo de la ciudadanía.
De algunos factores que propician el extravío de la bondad, hablaré en otro momento.