¿Por qué la generación actual es más sufridora que sus antecesoras? El hecho de que mis abuelos fueran más resistentes que yo, y yo más que mis hijas, entre muchas cosas, responde a que las expectativas de ese entonces eran muy distintas a las que taladran hoy nuestra cabeza.
De mis abuelos se esperaba que fueran trabajadores, no despilfarraran el dinero y cuidaran de su familia. Poco más. Ninguno de ellos se vio agobiado por la preocupación de que su prole estudiara una maestría, subiera cinco peldaños en la pirámide social, vacacionara, cambiara de coche cada cinco años, comprara una casa de veraneo y contara con una apariencia física mejor que la de sus hijos. Nada de eso les fue exigido. Garantizar servicios básicos, llevar pan a la mesa y que los hijos concluyeran la secundaria les granjeó el rótulo de padre ejemplar. Hoy esto último suena a poco, porque las expectativas son otras.
Las redes sociales marketean un estilo y tipo de vida difícil de alcanzar. Sin fortuna de cuna de poco sirve disfrazarse de Mark Zuckerberg, Bill Gates o Elon Musk para alcanzar una posición directiva o hacerse con una jubilación de multimillonario. Aunque las redes sociales digan lo contrario, cuando no se nace en el privilegio godinato es destino.
Con una condena tan frustrante a cuestas, sin un empleo bien remunerado y un contrato por tiempo indefinido, ¿cómo vacacionar? ¿Cómo fantasear con tener la casa de los sueños, familia y la libertad necesaria para realizar proyectos de vida geniales, cuando se es presa de la precariedad material? Las limitaciones que trae consigo el empleo inestable, como dice Javier García Campayo, se convierten en un profundo dolor psicológico y existencial imposible de sanar sin terapia experta. Por ello, buena parte de la generación actual se siente imposibilitada para disfrutar lo que las redes sociales y series de televisión prometen.
Esta toma de conciencia le ha vuelto más renuente e incapaz de lidiar con la frustración. La suma de tropiezos le abolló el ánimo. Su dolor existencial, más que renuencia, terminó por ser una postura vital con la que muchos jóvenes continúan resistiéndose a cucharear y engullir el cuento del progreso. Tienen perfectamente claro que “el mundo al alcance de un clic” es solo para unos cuantos.
Yo no me atrevería a culparlos cuando a través de su hastío nos embarran en la cara todo el enojo, frustración y hartazgo que cargan consigo.