Palabras más, palabras menos, las cosas se dieron de este modo. El pasado viernes, Jorge “N” recibió un mensaje de un primo cercano: “Mi jefa sigue insistiendo. Quiere que hable contigo”.
En el sitio acordado, el primo —al que llamaremos Primo “N”—, fue directo al grano: “Hemos buscado la forma, pero ya no la hacemos para pagar la cuota de mantenimiento del panteón. Le subieron un chingo y está cabrón. A mi jefa le puede mucho, porque la quería tener cerca. Así está la cosa, primo”. Jorge “N” entendió y agradeció el esfuerzo sostenido durante cinco años. “Ni hablar, primo; no se apuren. Dale las gracias a mi tía. La neta me desentendí, porque no tenía cabeza para más. Se me fue gacho la onda”. El Primo “N” extendió a Jorge “N” la urna con las cenizas de su madre.
Tras intercambiar un par de gestos de labios apretados y miradas esquivas, Jorge “N” sintió sobre su espalda el pinchazo de una mirada intrusa. Se levantó de la silla y con idéntica velocidad que torpeza metió la cajita de madera hasta el fondo de la mochila verde que le acompaña hacia todos lados.
Deambuló minutos largos por el Centro de la ciudad hasta aplacarlos en la barra de una de las tres cantinas que suele frecuentar. Pidió lo de siempre. En su ritual, lo único que cambió fue que la prisa no estuvo invitada. Bebió para recordar, repasar, lagrimear y concluir que los muertos pesan menos cuando solo se cargan en la cabeza. El peso infinito de su mochila le dejó exhausto. No supo cuántas horas habían transcurrido, ni cómo se dieron las cosas, lo único que tenía claro es que, al despertar, la mochila ya no estaba ahí. En la cantina nadie vio ni escuchó nada. Abandonó el sitio abalanzándose entre los matorrales de algunos lotes baldíos, los rincones de las casas abandonadas y de cuanto bote de basura se cruzó en su camino. Nada. Ni un solo rastro.
Sin mucha esperanza se acercó a un policía de Tránsito para contarle parte de la historia.
Éste tomó su radio y llamó a la central donde le confirmaron que “tenemos resguardada una mochila verde abandonada en una de las entradas del Metro”.
Al día siguiente, después de un largo papeleo, por primera vez, Jorge “N” abrazó la urna de madera que guarda las cenizas de su madre.