Política

El triunfo de la reacción

La medalla Belisario Domínguez es la máxima condecoración que el Senado de la República entrega a quienes, como dice la Ley Orgánica del Congreso, “se hayan distinguido por su ciencia o su virtud en grado eminente, como servidores de nuestra Patria o de la Humanidad”.

Ahí mismo se indica que a la ceremonia de entrega deberán acudir los presidentes de la República, el de la Suprema Corte, el de la Cámara de Diputados y cualquier funcionario que

la mesa directiva desee invitar.

Con lo importante que es el acto, especialmente ante la sequía de liderazgos redondos, el Presidente decidió no asistir a la entrega, disculpándose con Ifigenia Martínez con estas palabras:

“Tengo el deber de informarle que no estaré presente en dicha ceremonia porque una legisladora del bloque conservador está convocando a que se me falte el respeto y considero que no debemos caer en ninguna provocación que ayude a la élite del poder económico y político ni a sus empleados y voceros. Además, maestra, le cuento aquí entre nos –pero no se ría– como le imagino: están muy enojados porque se está cumpliendo la apotegma juarista de que ‘el triunfo de la reacción es moralmente imposible’. Le mando un abrazo, soy el Andrés Manuel de siempre que le quiere mucho”.

Si el Presidente sigue considerándose el Andrés Manuel de siempre, sorprenden, y mucho, las razones ofrecidas.

El de siempre, el de toda la vida, encara a quien sea con respetuosísimas locuciones como minoría rapaz, aspiracionista, señoritingo, cajamán, pelele, corrupto, títere, espurio y una larguísima retahíla de adjetivos que brotan melódicamente de su boca en cada mañanera.

Igual resulta sorprendente que haya sido Lilly Téllez quien le haya amedrentado.

Pero lo que más sorprende es que el Presidente quiera ponerle vallas al campo. El pueblo bueno y noble de Puebla lo dejó bien claro. Rompió el cerco de protección, irrumpió en el recinto y detuvo el discurso presidencial sobre “los apoyos y beneficios inéditos” entregados a los damnificados por los desastres naturales.

Escuchar la voz de quien ha sido vulnerado, más que ironía del destino, es un deber moral que legitima y dignifica la investidura presidencial. Rehuirle, diría Juárez, es cobardía.

Pablo Ayala Enríquez

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