Elegí la menos confusa de las opciones y la máquina me escupió un papelito con una clave extraña. Tras 30 minutos de espera, la chica que custodiaba la maquinita de los turnos me ofreció otro papelito para que una ejecutiva me atendiera.
A las tantas apareció mi nuevo número en pantalla. Me dirigí al módulo dos, eché mi rollo y caminé rumbo a la siguiente estación de mi viacrucis. La ejecutiva me hizo borrar y dar nuevamente de alta la aplicación del banco, para desde mi teléfono “resolver” el problema. Tras muchos noes logró encasquetarme una nueva tarjeta de crédito, ya que con tres compras al año no pagaría anualidad. Aquí la diosa fortuna cedió la estafeta a Apate, la diosa del engaño.
La usé en tres ocasiones para no tener que pagar anualidad. Llegada la fecha, a través de la aplicación cubrí lo que debía y guardé en un cajón la tarjeta. Me acordé de ella gracias a un mensaje de celular donde, amablemente, se me advertía que si no pagaba la anualidad procederían al cobro de intereses.
Sintiéndome presa de un engaño evité hablar con el robotito de la aplicación, y aprovechando la hora de la comida me lancé a una sucursal para que un ser humano me ayudara a resolver el tema.
Ahí, la señorita que custodia la máquina de los turnos, desde mi teléfono me comunicó a la línea de atención preferente, porque, según me dijo, “ahí solo se atiende a clientes especiales”. En el lapso de 50 minutos, entre balbuceos, tres ejecutivos malabarearon el caso ofreciéndome lo que a su entender solucionaría mi situación: “Señor Ayala –dijo el último–, por el momento le recomiendo que pague la anualidad, así como los intereses que mañana le serán cargados. Cuando haya cubierto ambos montos, si usted así lo desea, puede solicitar la cancelación de la tarjeta llamando a esta misma línea”. Verde de rabia, pagué cerca de tres mil pesos y me quejé todo lo que pude en la línea de atención a “clientes especiales”, sacando como resultado una disculpa anodina en nombre del banco.
El día de ayer la aplicación me avisó que tengo un nuevo cargo etiquetado como “parcialidad del pago de anualidad”. Las tripas se me engarrotaron recordándome que hay cosas con las que no puedo, entre ellas, la gandallez de los bancos. Lo que surja en esta nueva estación del viacrucis, se lo cuento en otro momento.