La reciente polémica sobre los corridos —tumbados o bélicos— y su ‘apología del delito’ parece ignorar una perspectiva histórica-cultural de un momento social. Se señala a figuras como Peso Pluma o Natanael Cano por normalizar la narcocultura, preocupación válida en el contexto actual mexicano. ¿Es nuevo que la música popular explore la ilegalidad y la violencia?: rotundamente no.
El corrido mexicano tiene su propia genealogía narrando desde los antiguos corridos de la revolución hasta contrabandistas —“Contrabando y traición” (1974) con Los Tigres del Norte—. Pero el fenómeno es global y sobre todo, con influencia proveniente de EU.
El espejo más claro es el rap y el hip-hop (industria financiada por las bandas o pandillas rivales de las costas oeste y este de EU que ha implicado el asesinato de varias estrellas icónicas desde hace más de 30 años), una crónica cruda de la marginalidad, el racismo y el crimen (el gangsta rap de finales de los 80)
N.W.A., con “Straight Outta Compton” (1988) y su infame “Fuck Tha Police”, lanzaba un desafío explícito a la autoridad. Ice-T con Body Count desató con “Cop Killer” (1992) una tormenta política. Crónica o apología, la música resonó globalmente.
La narrativa del narcotráfico se consolidó como subgénero. The Notorious B.I.G. ofreció “Ten Crack Commandments” (1997), casi un manual del negocio ilícito. Jay-Z cimentó parte de su leyenda narrando su pasado como traficante. Pusha T hizo del detalle del tráfico de cocaína su sello. Y 50 Cent, con “Get Rich or Die Tryin”, ‘glorificó’ el estilo de vida gánster. El trap actual sigue esa línea. Incluso la salsa —con “Pedro Navaja”, “Juanito Alimaña” o “Sicario” de Rubén Blades— y el reguetón de “malianteo” (Tego Calderón, Anuel AA).
¿Existe una doble moral que acepta narrativas importadas, pero se escandaliza con las que surgen de nuestra realidad? Con ello no se atacan las verdaderas raíces de la violencia. Prohibir corridos es un gesto simplista. Urge una conversación más honesta ante ‘el crimen cantado’. En inglés o en español.
Palabras clave
Hay que cuestionar si en esta súbita atención no influye también una estrategia competitiva de la poderosa industria musical anglosajona, al ver cómo el fenómeno del regional mexicano —con los corridos tumbados como punta de lanza— le disputa terreno y mercados antes dominados por el rap, el hip-hop o el propio reguetón. ¡Fierro, pariente!