En los últimos dos años he recibido noticia de la trascendencia de al menos cuatro de mis compañeros de la infancia, de una de la época universitaria y de algunos casos más de personas cercanas a mi generación, lo cual sin duda me ha hecho reflexionar sobre este fenómeno natural llamado muerte o, para quienes creemos en la eternidad del padre, regreso a casa.
Considerando que tengo 58 años y que ese es el promedio de edad de los compañeros de vida con los que salí de la preparatoria y de la carrera profesional, si estuviéramos en el final de la década de los 60´s, cuando nacimos, entre 65 y 68, fallecer a esta edad estaría completamente en el promedio del promedio para la esperanza de vida en México, que era de 60 años para las mujeres y de 55.80 para los hombres, en promedio de 57.96, según los estudios demográficos de aquellas épocas.
Pero, si traemos la esperanza de vida a la actualidad, que en nuestro país ronda entre los 75 años, aunque cada vez vemos grupos de adultos mayores más longevos, dejar este plano terrenal antes de los 60 o inclusive al inicio de esa década, se considera que ha sido prematuro en una persona de mediana edad que se adelantó a las estadísticas.
¿Y qué tienen que ver las estadísticas de la esperanza de vida? ¡Quizás sea que quienes hoy vivimos en la llamada mediana edad, entre los 55 y los 65, con una buena calidad de vida, gracias a los cuidados de nuestra actividad física, de nuestra alimentación y por supuesto a los avances tecnológicos y médicos, nos sentimos mucho más vitales y jóvenes que las generaciones de nuestros padres o abuelos que llegando a los 60 se consideraban oficialmente en la vejez!
Como lo dicen los memes en las redes sociales que seguramente elige el algoritmo para la gente de mi generación: una disculpa de mi parte a todos esos adultos que a los 55 años les decía yo viejos.
Por ello hoy resulta prematuro cuando nos enteramos del deceso de un compañero o compañera de vida que aún no llegaba a los 60 o estaba apenas por cumplirlos, máxime cuando vemos hombres y mujeres completos con 80 y más, como es, gracias a Dios el caso de mi padre y sus 86 otoños.
Independientemente de las estadísticas, de la edad o del tiempo que teníamos de no ver a algún compañero de vida, siempre dolerá su partida y será inevitable reflexionar sobre lo efímero de la vida y la urgencia de vivirla al máximo, con calidad, en paz, con alegría y con la satisfacción de haberlo dado todo, sin perder el tiempo en temas banales o sin importancia, como muchos que nos quitan la energía actualmente.
Cuando un amigo se va… sabemos que el inexorable paso del tiempo sigue su curso.
Homenaje a mis compañeros fallecidos en los últimos años.