En la vida, solemos aferrarnos al plan que diseñamos, a la relación que creemos “perfecta”, al resultado que queremos controlar.
Pero como he escrito en otras ocasiones en esta columna de “La Alegría de Vivir”, hay una verdad ineludible: no siempre las cosas salen como queremos.
Hay una frase que suelo usar en mis conferencias y que no lo hago con uso comercial y mercantil, puesto que es parte del caló de los grupos de ayuda mutua.
“Los huevos no son al gusto” significa que no podemos añadir sal o especias a la realidad para que se amolde a nuestros deseos. Es lo único que hay en el menú y si quieres comer, pues es lo único que hay, como decía mi mamá.
Para este momento, seguramente a algunos necios, tercos o caprichosos, como yo, les estará cayendo la pedrada.
Aceptar que hay un orden mayor, que la voluntad de Dios se manifiesta aun cuando no coincide con nuestros planes, es un acto de madurez.
Cuando hacemos el bien, trabajamos, luchamos y esperamos, también debemos estar dispuestos a “soltar” el fruto de nuestro esfuerzo y decir: “Señor, que se haga tu voluntad”.
Este soltar no es resignación pasiva. Es reconocer que lo único realmente controlable somos nosotros: nuestras actitudes, decisiones, esfuerzos.
Todo lo demás, tiempos, resultados, respuestas de los demás, circunstancias, queda fuera de nuestro dominio.
En los grupos de apoyo, en la experiencia de recuperación, aprendemos que el apego al control es la trampa: genera ansiedad, resentimiento, frustración.
Precisamente ahí radica el tercer paso: “entregar nuestra voluntad y nuestra vida al cuidado de Dios, tal como nosotros lo concebimos”. En ese acto de entrega, hay liberación y fe. La llave de la buena voluntad, flojitos y cooperando porque al final los planes de Dios son los que se llevan a cabo.
“No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cómo es la voluntad de Dios: buena, agradable y perfecta”, dice la Biblia en Romanos 12:2 NVI
Cuando soltamos, dejamos espacio para que la vida fluya. No rompemos con nuestros valores, no abandonamos la responsabilidad; más bien asumimos que después de hacer lo que nos corresponde, toca también confiar.
Practicar el desapego, ese estado de conciencia que permite que lo que venga “sea” sin que seamos esclavos de ello, transforma nuestro sufrimiento en espacio de paz.
Entonces: avanza, da lo mejor, planifica con sabiduría, pero camina también con la mano abierta. Que los huevos que te toquen, la realidad, los hechos, las personas, los tiempos, quizá no estén “al gusto” que habías pedido, pero pueden saborear a humildad, crecimiento y libertad.
Acepta la voluntad de Dios, practica el desapego, y descubre que en soltar también se encuentra la alegría de vivir.