Cultura

Cuando el mundo se une con un balón

Cada cuatro años, la humanidad entera hace una pausa. Las diferencias políticas, las fronteras, los idiomas y hasta las distancias parecen diluirse cuando un balón rueda en una cancha mundialista.

Al menos esa fue la sensación que tuve este viernes durante el sorteo, recordando aquella frase de antaño: el mundo unido por un balón.

Es quizá uno de los pocos momentos contemporáneos en los que millones de personas, sin conocerse entre sí, sienten lo mismo al mismo tiempo.

¿Cómo es posible que un torneo deportivo despierte esa sintonía universal? La respuesta es sencilla y profunda: porque un Mundial de fubol enarbola valores que pertenecen a todos, más allá de culturas, creencias o geografías.

El futbol, ese lenguaje planetario, revela lo mejor de nosotros cuando se juega en su máxima expresión.

En la tribuna y en la calle nace la fraternidad, desconocidos que se abrazan celebrando un gol, familias que se reúnen para ver un partido sin importar la camiseta que defienden, naciones que se reconocen en el otro, adversario sí, pero nunca enemigo.

El respeto y el juego limpio se vuelven reglas no escritas, hacia el rival, hacia el árbitro, hacia la historia que carga cada selección.

Y está la esperanza, ese valor que renace con cada saque inicial y que nos recuerda que siempre habrá una oportunidad más para intentarlo.

Un Mundial es, en esencia, una metáfora del planeta que queremos construir, competitivo sí, pero también justo, apasionado, pero respetuoso, diverso, pero profundamente unido.

El fútbol tiene esa magia democrática, basta un balón para que la alegría sea compartida.

No importa si se juega en un barrio de México, en una playa brasileña o en la nieve canadiense. En todos lados, el gesto es el mismo, pasar, recibir, correr, confiar.

El próximo año México, Estados Unidos y Canadá serán anfitriones de esa fiesta global.

Será una oportunidad para recordar que, aunque el mundo enfrenta desafíos enormes, aún sabemos encontrarnos en aquello que nos hace humanos.

Ojalá que las tres naciones y sus ciudades, nuestras ciudades, vivan esa celebración como un renacer de optimismo.

Que el Mundial 2026 nos inspire a creer otra vez en la unidad, en la fraternidad y en la enorme alegría de vivir cuando compartimos un mismo sueño.

Porque al final, un balón no solo rueda, también nos reúne. Y eso, en tiempos complejos, es un milagro que vale la pena celebrar.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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