Cultura

Los tiempos del corazón

Este lunes recibimos el último mes del año y ayer inició el Adviento. Más allá de la tradición religiosa o de los rituales que aprendimos desde niños, este tiempo tiene un significado profundamente humano. No importa si se es católico, cristiano, judío, creyente, buscador, o simplemente alguien que procura vivir con coherencia. El Adviento nos habla a todos porque simboliza algo que todos necesitamos: un espacio de espera, de preparación y de esperanza.

Sabemos que Jesús no nació el 25 de diciembre, aunque tampoco hay certeza de cuál es su fecha de nacimiento equivalente al calendario grecorromano, a pesar de que hay quienes sostienen que sería entre septiembre y octubre, con base a la interpretación de algunos versículos bíblicos que narran su natividad.

La fecha de la Navidad fue instituida mucho después como un símbolo para celebrar la idea del nacimiento, del renacer, del volver a empezar. Pero simbólico no significa vacío. Entre muchos factores que deseaban tener una fecha para celebrar, la historia marca al Papa Julio I, al emperador Constantino, a San Francisco de Asís, San Bonifacio e incluso en la era moderna los cuentos de Charles Dickens.

Así surge el 25 de diciembre como lo conocemos hoy, extendido en más de 160 países del planeta, independientemente de haber nacido como una fiesta cristiana, convertida hoy en una conmemoración cultural, familiar y universal. Significa que, la fuerza de un símbolo está en lo que despierta en el interior.

Y diciembre, con sus luces y sus nostalgias, tiene una capacidad casi mágica de recordarnos quiénes somos y qué anhelamos.

El Adviento, que inició ayer y culmina con la Navidad el 25 de diciembre, nos invita a hacer una pausa. A detener la prisa cotidiana para escuchar lo que en verdad importa. A fabricar un pequeño silencio interior que nos permita ordenar el alma, revisar nuestras heridas, reconciliar nuestras relaciones y dejarnos sorprender por aquello que todavía puede nacer.

Para muchos, diciembre es la temporada más festiva del año. Para otros, es el mes más difícil: el de las ausencias, los recuerdos que duelen, las sillas vacías. Por eso este tiempo no debería vivirse como una obligación social de alegría forzada, sino como una oportunidad personal de abrir espacio a la unidad, a la fe como cada quien la entienda y a la esperanza. Porque en el fondo, todos estamos buscando luz, aunque a veces la escondamos detrás de la agenda, de la armadura o del cansancio.

El Adviento nos recuerda que la vida siempre puede comenzar de nuevo. Que incluso en medio del caos, puede abrirse un claro. Que cuando uno prepara el corazón, la esperanza encuentra dónde reposar. Y que esperar no es cruzarse de brazos, sino disponerse: limpiar, ordenar, perdonar, agradecer, volver a creer.

Empieza un tiempo para mirar hacia adentro y, al mismo tiempo, para volver a mirar a los demás. Un tiempo para reconciliarnos con nuestros propios tiempos. Un tiempo para permitir que algo bueno nazca otra vez.

Porque al final, eso es vivir: dejar que la luz nos encuentre preparados.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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