A través de la maternidad y la crianza, a través del cuidado a los adultos mayores, a través de las estrategias aprendidas de seguridad personal para escondernos del depredador patriarcal, nosotras somos guardianas indiscutibles de la vida.
Y donde la vida se abre paso, una semilla germina, la tierra se rompe, la “mala hierba” se desplaza.
La tierra se mueve. Las mujeres nos movemos con ella.
Cuando nace un niño un terremoto silencioso atraviesa el cuerpo femenino.
Un alza hormonal nos inunda el cerebro, que nunca, jamás vuelve a estar bajo de adrenalina y de cortisol, comienza el modo supervivencia, porque antes que empleadas, amigas e hijas somos guardianas de la vida y para supervivirla hay que sobrevivirla.
Y en este sistema capitalista, patriarcal y heteronormativo, sobrevivir es una palabra que define a lo que la mayoría se atreve a llamar vida.
Caminamos solas por las selvas de concreto, caminamos sedientas, sangrando, luchando hasta el último aliento para defender la vida, la propia y la de nuestros hijos.
Porque aquí todo es peligroso.
Aquí te arrancan a la criatura de los pechos, te arrancan la hijitud y la naturalidad de hacer tribu, te quitan la música y las ganas de mover el cuerpo, las hierbas y su capacidad sanadora.
Te depositan sola en el concreto, con una jornada laboral de doce horas en la maquila y una jornada laboral no pagada que consiste en sostener el mundo, sostener el hogar, la comida, la ropa sucia, el juego, los hoyuelos y las sonrisas de alguien más.
Y después de ello te dicen que no basta que no es suficiente, que sigues de pie, sigues entera y de eso no se trataba.
Que te quieren de rodillas, aterrorizada por la cría.
Y entonces te dicen que entregues a tus hijos, que ya están listos para el mundo. ¿Pero porque, o como, si nunca lo hiciste lo suficientemente bien?
Y tus huesos suenan dentro de la cueva, y la mujer esqueleto se arma.
Y sales por fin a respirar aire fresco y te das cuenta de que no, nunca estaremos listas las lobas y los lobeznos para este mundo que instrumentaliza los cuidados y los despoja de la alegría de vivir, de ese ciclo infinito de dar y recibir.
Los cuidados son magia, los cuidados son lo que sostiene al mundo y las mujeres tenemos la sabiduría para ejercerlos con responsabilidad y amor, desde antes que el asfalto invadiera las ciudades.