La presidenta de México despierta entusiasmo cuando se manifiesta un tanto diferente a su antecesor en cuanto a alguna postura o política pública. Un caso en especial es el de la seguridad, que recibe un tratamiento a todas luces distinto y con una atención superlativa, con todo y que se puede pensar en que sus estrategias se parecen más a las de una “guerra al hampa” que a la placidez y conformismo de fatales consecuencias del “abrazos, no balazos” de ya saben quién. Sin embargo, Claudia Sheinbaum termina por pronunciar frases que muchos quisieran no dijera, como la solidaridad, simpatía y seguimiento al patriarca de Palenque, su manera de defenderlo y desde luego de halagarlo con posturas de ejemplo por su “honestidad” y carácter “incorruptible”. De esta manera no ha tenido empacho la presidenta en subrayar, como lo reiteró el domingo pasado en su cierre multitudinario del zócalo capitalino por su primer año de actividades, en cuanto a que “nos quieren ver divididos, pero eso no sucederá”.
Sorprendió por ello que haya acometido la investigación sobre los mandos de Marina –y que raspó en serio al ex titular de la SEMAR con AMLO, José Rafael Ojeda– para toparse con lo que se perfila como el máximo caso de corrupción acontecido en el país por el contrabando de combustibles y de cualquier otro tipo. O bien el asunto del ex secretario de seguridad –jefe de la mafia de la Barredora–, a las órdenes del entonces gobernador Adán Augusto Hernández quien, supuestamente, ni se enteró. Más grave aún y peor para él por las millonarias percepciones que confesó de “otras” actividades profesionales. Y así ha sido la secuencia de “hallazgos” de corrupción o de sospecha de delitos graves de distintos funcionarios pertenecientes a la “Cuarta Transformación”, algunos de los cuales fueron puestos en entredicho no por autoridades mexicanas sino de los Estados Unidos.
Sin embargo, en el acto masivo con el que cerró los actos de su primer informe, que duró prácticamente un mes, la Presidenta Sheinbaum hizo lo mismo que su maestro, ambos en la palabra “enemigos” del corporativismo, pero distintos en el actuar. Quizá nunca, desde los tiempos del más arraigado priismo, se habían visto reuniones más corporativas que estas, incluyendo la más reciente. Cientos de camiones se ubicaban en áreas contiguas a la plaza cívica más importante del país, colores y uniformes en los mayores contingentes, como lo hacían las centrales obreras y campesinas de aquellos tiempos hegemónicos del tricolor. Lo mismo, aunque no necesariamente lo más barato, dijera alguien. Y todo ello, apenas a dos días de efectuadas las manifestaciones violentas que se dieron por el 2 de octubre, donde la presidenta declaró sobre obscuras intenciones (casi cien policías heridos, muchos de ellos gravemente), en una refrendada actitud de “no nos vamos a enganchar” o “todo bajo control”.
Oportunidades han existido, pero Sheinbaum opta por continuar mostrando su proximidad a López Obrador. Y lo seguirá haciendo. Al fin y al cabo, continúa con su plan sin equivocaciones que hoy la tienen gobernando al país. Pese a los cuestionamientos que se le hacen de intromisión en las decisiones del gobierno actual, al ex mandatario, en la palabra se le concede todo y se le exalta como si se tratara de un prócer. Sin embargo en su actuar no es lo mismo para algunos de los allegados que le dejaron incrustados en su administración y que simplemente deja que caigan por el peso de sus propias acciones.
Esperemos se tome solo lo bueno (quiérase o no también se da en cada sexenio), para deshacerse de lo malo y hasta lo peor del régimen de la 4T, aunque la presidenta da cada día nuevas muestras de una aferrada sujeción a la imagen del ex presidente, como si se tratara de un “triunvirato” (que tuvo su símil entre Elías Calles y Álvaro Obregón), en el que todavía no del todo se nos quita de la cabeza que el poder de la presidenta Sheinbaum, sigue siendo compartido. Aunque dando muestras distintas en los hechos.