La muchedumbre -de qué otra forma podría llamarse sin ofender a las decenas de miles que serán tan indignamente acarreados hoy al centro de la ciudad de México-, responderá a sus líderes y dirigentes, como en el pasado, igual que en la época del más absoluto corporativismo priista. A eso ha llegado el evidente culto a la personalidad de quien se autonombra forjador de una “transformación” del tamaño-por favor- de la Independencia, la Reforma y la Revolución. Tanta egolatría no es fácil de encontrar ni siquiera en las dictaduras. ¿Alguien ha oído decir por ejemplo a Putin que es tan gran transformador como Lenin? Y luego dónde queda un Lázaro Cárdenas cuya figura deja chiquitos muy chiquitos a casi todos los que le sucedieron. Y más todavía, en la marcha de este día se ensalzará a más no poder al mandatario en una conjunción de loas y adulaciones que hubieran envidiado Stalin, Mussolini o Francisco Franco, o Fidel o Chávez. Todo pasa y en nuestra historia este fenómeno no ha sido del todo nuevo. Lo que no era similar es que se trate hoy de una movilización oficialista, subvencionada por el propio gobierno, pero a encabezar por el propio gobernante, todo para justificar entre otras cosas la destrucción de las instituciones, aquellas que López Obrador una vez ya había mandado al diablo desde hace tiempo. Y vaya que si lo está haciendo.
Así fue, por citar un caso lamentable, la aniquilación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos a partir de la designación de Rosario Piedra Ibarra como titular. Aunque con imperfecciones, hay que recordar que la CNDH fue establecida por Carlos Salinas y ha pasado por regímenes de varios colores, constituyendo en muchos casos un auténtico golpe seco y directo a las distintas esferas sector público que socavan los derechos fundamentales de los ciudadanos. Durante más de tres décadas, dicha Comisión tuvo algunos altibajos, pero siempre fue canal para la queja ciudadana, para la protesta convertida en denuncia ante la autoridad cuando atentaba contra esos derechos básicos, o cuando incumplía sus tareas de responsabilidad social ante el indefenso. Con sus defectos, surgidos principalmente de la falta de instrumentos para sancionar, ha basado sus recomendaciones en cuestiones que trascienden y que sirven de apoyo a los que carecen de armas ante las actitudes ignominiosas de los empoderados en los distintos niveles de gobierno.
Debería movernos a consternación la manera en que se conduce actualmente la Comisión. El presidente ha eludido toda clase de reclamos justificados por la desaparición de personas, los feminicidios, los ataques a la prensa que llegan hasta el asesinato, las necesidades de atención a quienes cruzaron la pandemia sin apoyo real y lidereado por un funcionario farsante e incapaz, de los crímenes de salud pública que se cometen contra los niños con cáncer por desatención o por censurar a sus padres como “golpistas” por reclamar, o a los que han muerto o sufrido lesiones por actos de los mismos integrantes de las fuerzas armadas, de la pasividad del gobierno ante la penetración y sometimiento de la población por el hampa y los cárteles, etcétera. La CNDH, es una entelequia, una nulidad ante ello.
Pues nada, la señora Piedra Ibarra, hermana de un guerrillero de la “Liga 23 de septiembre”, quien, pese a ello, se encuentra en calidad de desaparecido desde hace cerca de medio siglo y que dejó a su madre, la luchadora social Rosario Ibarra de Piedra morir con esa angustia, pero ella no se ha movido de su cómoda posición dentro del lacayismo presidencial. Mujer ya madura, con la tragedia que le tocó vivir en su entorno familiar, esta señora, con una carrera política en la que ni siquiera pudo ganar una elección a la Legislatura, es en cambio allegada en extremo a su presidente y a su partido. Sus errores, sus fallas, las aberrantes declaraciones que suele hacer, la forma de ser en extremo servil a las causas del patrón, la lleva a convertirse en la peor cabeza de una Comisión que llegó a ser ejemplar y acicate para los gobiernos. Hoy, simplemente, será recordada sin duda como enterradora de una institución más, en el vasto panteón de todas las que se interponen en el mando hegemónico que vivimos.
Este domingo, como lo quieran pintar, no será igual que el de hace dos semanas. Esta vez lucirán más abarrotadas calles y avenidas, plazas y desde luego el zócalo capitalino. Se trata, en efecto, de atraer reflectores, de cobrar aunque sea en parte las dádivas que debieran darse sin objetivos políticos, de subrayar, “sin presumir” quién es quién ante el espejo de ser cada día el mejor de los mejores, el demócrata ejemplar seguidor de Madero, el hombre que sabe los resortes de la persuasión y del engaño y que, aunque esta vez es muy probable no se saldrá con la suya, habrá de hacer todo lo posible por debilitar y menoscabar la última de las instituciones que no ha caído en su marea destructiva. Y aunque no lo parezca, muchos de sus propios seguidores y en plena marcha quizá pensarán en su interior: “El INE no se toca, señor presidente”.
Miguel Zárate Hernándezmiguel.zarateh@hotmail.com
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