
Durante la pandemia, Mario Vargas Llosa aprovechó para leer todas las novelas y obras de teatro de Benito Pérez Galdós (Las Palmas, 1843 — Madrid, 1920), narrador español que supo retratar una amplia gama de estratos sociales en la España del siglo XIX y XX. El pretexto para Vargas Llosa fue contar con una visión más integral de la obra galdosiana con motivo del centenario de la muerte del novelista y ofrecer una lectura crítica de su legado literario.
Pérez Galdós dominó un tipo de ficción histórica basado en una escrupulosa investigación, en donde usaba informes, artículos de periódicos y retratos de testigos. Al parecer nada escapaba de su mirada crítica, pues se proponía ser preciso, directo, una especie de sociólogo y conocedor de la conciencia humana. Sus historias quedaron impregnadas de realismo, salpicadas de datos exactos y acontecimientos históricos. Atento observador de las mujeres (solteras, casadas y viudas), supo retratar los estados de ánimo de los madrileños; además mostró que tenía conocimiento de los estados psicológicos de las personas y cierta empatía ante situaciones que les provocaba desasosiego.
Después de la presencia de Cervantes, quien vino a revolucionar la novela en España, quedó un vacío. Javier Cercas le reconoce a Pérez Galdós el “haberse embarcado en un proyecto literario de una ambición y una amplitud inéditas con el fin de cimentar una tradición novelesca que brillaba por su ausencia en España”. Porque “ni las Memorias de un hombre de acción de Baroja, ni La guerra carlista, de Valle-Inclán, eran concebibles sin los Episodios de España”. Vargas Llosa coincide con Cercas y, en ese sentido, emprende su búsqueda: tras las huellas de Galdós. Proporciona una útil guía de lectura, un mapa para poder conocer cómo se fraguó ese microuniverso.
Para algunos críticos literarios españoles, Vargas Llosa descubre el talento literario de Pérez Galdós de manera tardía. No obstante, habría que recordar que cada lector llega a los autores en el momento que debe ser; es probable que si el escritor no estuviera interesado en revisitar momentos de la identidad española, no le habría llamado la atención analizar la obra galdosiana. Pero hay otra intención en el acercamiento de Vargas Llosa a Pérez Galdós, y es establecer una relación de la herencia del cronista de Madrid en relación con otros novelistas que fueron sus contemporáneos. Dimensiona la obra en la medida de que no sólo nutrió a España sino también a Hispanoamérica y, de alguna forma, en los grandes momentos de la novelística galdosiana se ve también reflejada parte de la esencia latinoamericana.
Galdós hace que Vargas Llosa sea un lector acucioso, dueño de un olfato crítico que rastrea la serie de antecedentes que tuvieron que darse para que, una mente fecunda como la de Galdós, forjara una obra de esa naturaleza. Reconoce que así como Balzac, Dickens y Zola, a través de sus novelas contaron la realidad social de sus respectivos países, el cronista de Madrid hizo lo mismo. Y, en ese mismo tenor, con sus Episodios, transformó “en materia literaria el pasado vivido, poniendo al alcance del gran público una versión quieta pero amena, bien escrita, con personajes vivos y documentación solvente del XIX, decisivo en la historia española porque en él ocurrieron la invasión francesa, las luchas por la independencia contra los ejércitos de Napoleón, la reacción absolutista de Fernando VII, la invasión de Marruecos, las guerras carlistas, la Primera República y su corto tránsito y, finalmente, la Restauración”.
De cierto modo, el escritor reprocha a Pérez Galdós que no haya podido asimilar de la estructura narrativa de Flaubert, quien efectuó un camino más ágil para el desarrollo del narrador omnisciente. “Esa limitación hizo que muchas novelas de Pérez Galdós se alargaran demasiado, debido a que él mismo se presentaba como narrador de las historias y debía, por lo tanto, construirse una línea autobiográfica en las novelas que las extendía innecesariamente. U olvidar aquello que decía sobre las fuentes de la historia que contaba”.
Llama la atención que Vargas Llosa insista en un tema que, como ya le ha sucedido en otras ocasiones, no sale bien librado: el feminismo. Dice que “las feministas radicales de nuestros días no estarían para nada de acuerdo con lo que era y se esperaba de las mujeres en el tiempo que relatan los Episodios”. Los ejemplos que pone son de sometimiento o si alguna de las mujeres llega a tomar una iniciativa, lo hace como los hombres, “pero eso sí, muy conscientes de que en aquella sociedad ocuparían siempre el segundo lugar”. Y cuando el escritor se topa con un personaje femenino distinto, inscrito en un feminismo de avanzada, simplemente lo menciona como una excepción a la regla, como es el caso de la inglesa Miss Fly (señorita mariposa), quien “se pasea por los escenarios de la guerra, cruzando y descruzando los respetivos dominios de los adversarios, actuando en ellos con una libertad sin freno, gracias a sus buenas relaciones, y portándose a veces como una verdadera guerrera, es decir, como un hombre. Al mismo tiempo es elegante, bella, locuaz: una aventurera que toma iniciativas todo el tiempo, incluso en el amor”.
El escritor no entiende (y no quiere hacerlo) que en el siglo XXI las mujeres son como Miss Fly y no necesitan ser comparadas con los hombres. Su visión anquilosada, más del siglo XIX, más arcaica que la del propio Pérez Galdós, no le permite notar esa diferencia. Tampoco asimila que no solo hay un tipo de feminismo sino varios; cuando utiliza pasajes de la novela galdosiana para jactarse que la mujer carecía de libertad, poder de decisión, lo único que hace es ensombrecer su estudio literario, hacer que esos fragmentos lo vuelvan opaco.
Si la historia la escribieron los vencedores, los que han dominado siempre, los varones, difícilmente las mujeres podrían figurar de otra manera. Esa idea y otras son las que analiza Virginia Woolf en Una habitación propia. Ver el pasado, desde una óptica feminista, debe servir para aprender de lo que se hizo y no repetir la historia. Los filósofos y los historiadores lo saben, un pueblo que no revisa su pasado, sus errores, está condenado a refrendarlos. Vargas Llosa se burla con una mueca socarrona, ácida y falaz, de la condición de las mujeres en el pasado. Ojalá que un día deje a un lado esa postura revanchista, pues no es sano para sus cavilaciones.
Una carencia del libro es que cuando habla de las novelas de Pérez Galdós, se limita a dar una visión de cada una de ellas, y no las observa dentro del entramado, como lo desarrolla con los Episodios.
Pérez Galdós gradualmente llegó a admitir más elementos de espiritualidad en su trabajo, y finalmente los aceptó como parte integral de la realidad. Acaso de esa manera —asimilando que su percepción puede cambiar—, Vargas Llosa debería permitirse leer más sobre feminismo y dejar de atacar posturas que, en verdad, desconoce. Si leyera a Virginia Woolf, Elena Garro, María Luisa Bombal, Clarice Lispector y Natalia Ginzburg, por mencionar algunas, relacionaría de otra manera el desarrollo de las mujeres. En ese sentido, le hace falta aprender —todavía más— de Galdós, para que cada vez que se encuentre con una Miss Fly deje de compararla con un hombre. Galdós jamás lo habría hecho.
Mary Carmen Sánchez Ambriz
@AmbrizEmece