Policía
  • Nueve disparos contra la fe: el extraño caso de los sacerdotes asesinados en Veracruz

  • Dos sacerdotes de Poza Rica fueron secuestrados y asesinados en septiembre de 2016. Sus cuerpos aparecieron en la Curva del Diablo. Ni la fe estaba a salvo de Los Zetas.
El doble asesinato de sacerdotes que Poza Rica no olvida | Milenio

DOMINGA.– Dos policías municipales caminan sobre la carretera, realizan una tarea que se ha vuelto común en el norte de Veracruz: buscan cuerpos abandonados a la orilla del camino. Les preocupa que caiga la noche del 19 de septiembre de 2016. Si anochece, su equipo de búsqueda será inútil: sólo cuentan con las luces de la patrulla y las linternas de los celulares. Así que van a prisa con la misión: encontrar a dos queridos curas de Poza Rica que horas antes fueron secuestrados.

A veces tienen suerte y encuentran rápido los cuerpos, torturados con técnicas militares que el crimen organizado local aprendió de Los Zetas. Otras veces la búsqueda se alarga por varios días hasta que aparecen descompuestos o hinchados por el calor tropical de la ciudad, o devorados por la fauna local. Pero los policías esperan un milagro, encontrarlos aún con pulso.

La comunidad los buscó incansablemente.
La fotografía de los sacerdotes fue ampliamente difundida en su periodo de búsqueda | Especial

Repasan las fichas que les entregaron en la comandancia: el sacerdote Alejo Nabor Jiménez Juárez tiene 50 años y el sacristán José Alfredo Suárez, 30. Ambos de piel morena, robustos, cabello corto. Probablemente tienen un rosario colgado en el cuello o un crucifijo en los bolsillos. Con esas pistas los uniformados echan vistazos en ramales y pozos. Hasta que, de pronto, ven unos zapatos negros y luego otro par al lado. Y en una zanja, junto al camino que lleva a Papantla, se acaba la esperanza cerca de la una de la tarde: los dos religiosos están maniatados, golpeados, muertos.

La violencia con la que los asesinos trataron sus cuerpos levanta una duda: ¿quién y por qué querrían matar a dos queridos miembros de la comunidad pozarricense? ¿Qué gana el Mal cuando asesina a dos representantes de Dios?

Los Zetas buscaron controlar cada aspecto de la vida en Veracruz.
El municipio veracruzano era un lugar tranquilo hasta antes del asedido de Los Zetas | Gobierno de México

Los más jóvenes no lo recuerdan, pero hubo un tiempo en que Poza Rica era un lugar seguro. La vida transcurría tranquila en su calles flanqueadas por palmeras y altos palos de rosa, mientras sus habitantes se beneficiaban de dos grandes recursos naturales: el agua dulce del río Cazones y los yacimientos petroleros. Peces y petróleo.

Esa riqueza ayudó a construir escuelas, preparatorias técnicas, universidades. El municipio pronto destacó a nivel nacional por su alto índice de escolaridad. Y con los diplomas llegó el desarrollo y la paz en las casas.

Pero un mal día llegaron hombres bárbaros del norte. Eran militares de élite que en 1999 se aliaron en Matamoros, Tamaulipas, al Cártel del Golfo bajo el membrete de Los Zetas; y que en 2009 se separaron de sus creadores declarándoles la guerra. Entonces, esos bárbaros debieron buscar nuevos lugares donde asentarse y bordearon el Golfo de México hacia el sur.

En Veracruz encontraron un oasis: agua, crudo, puertos, playas, instituciones débiles e infraestructura para mover droga. Para 2010, habían tomado por asalto Coatzintla, Tihuatlán, Tuxpan y Poza Rica.

Los Zetas en Veracruz: fueron tras taxistas, periodistas, empresarios

Dos años después de su fractura con sus viejos aliados, el Cártel del Golfo, lo que los llevó a expandirse por el país.
Los Zetas surgieron primero como un brazo armado del Cártel del Golfo y luego se emanciparon | Especial

Muchos no se dieron cuenta de esta conquista de los bárbaros. Y es que fueron sutiles, como militares que avanzan lento entre la maleza. Primero, Los Zetas reclutaron a los vendedores de drogas y los que se negaron fueron asesinados con saña; luego, hicieron lo mismo con policías limpios y sucios que trabajaban con mafias locales; enseguida, fueron tras los taxistas, periodistas, empresarios. Pronto, ya controlaban la religión con cuotas para permitir las fiestas patronales e impuestos a artículos religiosos como cirios y medallas de bautizo.

“La gente dejó de hablar en voz alta en las plazas. Todos hablaban bajito, susurraban. El miedo hace eso: te silencia. Éramos dicharacheros, pero Los Zetas nos cerraron la boca. El único lugar seguro para hablar era la iglesia. En los confesionarios sí se hablaba sobre desaparecidos, asesinatos que veía la gente, fosas clandestinas de las que se enteraban. Eso hizo que los sacerdotes se volvieran blanco del crimen organizado: sabían demasiado”, dice un empresario veracruzano que pide anonimato.

En esa temporada de silencio se encontraba Poza Rica cuando llegó la noche del domingo 18 de septiembre de 2016: dos hombres entraron a la Parroquia de Nuestra Señora de Fátima, ubicada en la peligrosa colonia Petromex, y sacaron a empujones al sacerdote Alejo, con seis años en la parroquia, y el sacristán José Alfredo, quien llevaba apenas dos meses en el encargo.

La feligresía se dio cuenta a la mañana siguiente de la inusual ausencia de los religiosos. En el despacho había sangre y muebles rotos. A muchos, la escena les recordó que tres años antes, 2013, el sacerdote Hipólito Villalobos Lima, de 45 años, y el vicario Nicolás De la Cruz Martínez, de 31 años, fueron asesinados en la Parroquia de San Cristóbal en Ixhuatlán de Madero, Veracruz. La Diócesis había denunciado que las iglesias eran objetivos de la extorsión en Veracruz y hasta los sacerdotes vivían amenazados por supuestos comandantes del crimen.

La búsqueda por los dos desaparecidos comenzó de inmediato. Los feligreses se unieron a los policías. Transcurrieron unas diez horas hasta encontrar los restos del sacerdote y del sacristán. El lugar del hallazgo no pasó inadvertido para quienes estaban convencidos de que detrás del doble homicidio estaba el crimen organizado: un paraje conocido como “La curva del Diablo”.

Veracruz quería clasificar el caso como un robo que salió mal

El fiscal general de Veracruz, Luis Ángel Bravo Contreras, quien aseguró tener casi resuelto el caso de los dos párrocos asesinados.
El exfiscal general de Veracruz, Luis Ángel Bravo Contreras, quien aseguró tener casi resuelto el caso de los dos párrocos asesinados.

Luego de las necropsias y los trámites necesarios que siguen a una muerte violenta, los cuerpos de los religiosos volvieron en ataúdes el lunes siguiente a la Iglesia de Nuestra Señora de Fátima. El arzobispo de Xalapa, Hipólito Reyes Larios, habló a una feligresía conmovida y apretada –eran tantos que muchos desbordaron el templo y escucharon la misa desde la calle– sobre el perdón a los homicidas, pero también del deber moral de exigir a las autoridades que hicieran justicia.

Para entonces, las autoridades locales ya tenían una hipótesis: “un crimen al calor de las copas”. El fiscal general del estado, Luis Ángel Bravo Contreras, sostenía ante la prensa que los asesinos y las víctimas se conocían y se habían puesto de acuerdo para hacer una reunión en la iglesia. A escondidas metieron licor y se emborracharon tanto que comenzaron a discutir. La pelea subió de tono hasta que se salió de control: los invitados robaron 5 mil pesos de las limosnas y sustrajeron dos camionetas con el sacerdote, el sacristán y otro religioso a bordo, que finalmente fue liberado con vida y del que poco, o nada, se sabe.

La versión oficial se sostenía con los dichos de la Iglesia católica en el estado, como el vicario José Alberto Guerrero de la Diócesis de Papantla, quien repetía que ninguno de los compañeros les había comunicado de alguna amenaza. Sin registro de amagos previos, las autoridades querían clasificar el caso como un robo que salió mal.

Pero la trama del gobierno se topaba con la incredulidad de la feligresía y de la comunidad pozarricense, quienes habían comenzado a elaborar sus propias hipótesis. La más aceptada era que el doble homicidio era un mensaje de Los Zetas hacia la Secretaría de la Defensa Nacional, que ese mismo mes había anunciado que la VI Región Militar haría operativos especiales en Poza Rica.

Uno de ellos fue sepultado en Puebla.
Sepultan en Puebla a Alejo Nabor Jiménez Juárez | Andrés Lobato / Milenio Puebla
“Los Zetas se caracterizaron por mandar mensajes públicos a las autoridades. Videos en YouTube, personas colgadas en puentes, ‘narcomantas’ en escuelas. Los cuerpos de dos sacerdotes dejados convenientemente en un lugar llamado La curva del Diablo era un mensaje claro y alto para el Ejército mexicano: aquí triunfa el mal sobre el bien”, recuerda el empresario consultado.

Dos elementos más hacían pensar a los vecinos que algo no cuadraba en la versión oficial: no hubo petición de rescate y el supuesto robo ocurrió con personas en el interior de la iglesia. Lo más lógico, para la comunidad, era que el hurto ocurriera mientras la iglesia se quedaba a solas.

Pero el dato más revelador se supo semanas después por la prensa: el sacerdote Alejo había recibido nueve disparos y el sacristán José Alfredo, un tiro de gracia. Eso no podía ser obra de un par de ladrones ebrios; esa es la firma de la mafia veracruzana. El estilo de Los Zetas se hacía presente para empañar el caso.

Nueve años del doble homicidio de dos sacerdotes de Poza Rica

Ambos clérigos fueron localizados sin vida
Casos como el de Alejo Nabor y José Suárez abundan en México | Especial
Este septiembre se cumplen nueve años del doble homicidio. Hasta el momento, las autoridades han detenido a dos personas: un hombre que sorprendieron robando un automóvil en la Ciudad de México y a su cómplice, un ratero de poca monta apodado El Chino, quien cayó en Querétaro. Ninguno de los dos fueron anunciados a la prensa como integrantes del crimen organizado.

Las autoridades veracruzanas tampoco han informado si lograron vincularlos a proceso o si se alcanzó alguna sentencia por homicidio. Es imposible saber si alguna vez estuvieron en prisión o siguen en la cárcel. O si los liberaron después de unas horas por falta de pruebas. La Diócesis de Veracruz asegura que las autoridades nunca les actualizaron el estatus de los detenidos.

Durante la homilía, el sacerdote Enrique Mireles preguntó quién tiene un familiar o amigo desaparecido o que haya sido asesinado.
Otro de los asesinatos de sacerdotes más recordados fue el de los jesuitas en Cerocahui | José Antonio Belmont

Lo que sí se conoce son las cifras que reporta Jorge Atilano, sacerdote jesuita y director ejecutivo del Diálogo Nacional por la Paz: de 1990 a 2024, 67 sacerdotes o religiosos han sido asesinados en una lucha por el territorio mexicano.

Otras mediciones, como la del Centro Católico Multimedial, arrojan que en México matan entre dos y tres sacerdotes cada año. Oficiar misa en zonas de paso de migrantes o de alta recolección de “derecho de piso” es casi garantía de amenazas y violencia. Sobre esas muertes, México ha escalado 14 años consecutivos al primer deshonroso lugar del país más peligroso en América Latina para un sacerdote.

​Pese a las detenciones, la feligresía de Poza Rica aún conserva el sabor amargo que ha dejado la investigación: pocos creen la historia de los ladrones alcoholizados y muchos aún repiten que las autoridades se coludieron con Los Zetas para deshacerse de dos hombres con un alto conocimiento de los delitos en la zona, que en cualquier momento podrían alertar a autoridades para salvar las vidas de sus fieles.

La gente aún piensa en ellos como mártires, especialmente el padre Alejo porque ya tenía muchos años con nosotros. Era conocido, muy querido. Si lo que esas personas querían era dinero, hubieran pedido rescate. No, no… ellos no querían dinero o ¿por qué le dieron nueve tiros? ¿Y por qué la tortura tipo militar? ¿Y por qué dejaron sus cuerpos a simple vista?”, se pregunta el empresario veracruzano.

Las dudas persisten en la ciudad. Y para que nadie olvide que las respuestas siguen pendientes, en plena “Curva del Diablo” alguien instaló dos cruces blancas. Poza Rica se niega a olvidar, a casi una década del crimen, el extraño caso de sus religiosos asesinados.


GSC/ATJ

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Óscar Balderas
  • Óscar Balderas
  • Oscar Balderas es reportero en seguridad pública y crimen organizado. Escribe de cárteles, drogas, prisiones y justicia. Coapeño de nacimiento, pero benitojuarense por adopción.
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