Policía
  • La otra verdad de ‘La Matataxistas’: una mujer inocente prisionera de los Zetas

La mujer acusada de ser la 'Matataxistas' en Nuevo León cuenta, por primera vez, su versión sobre el mito que se construyó sobre ella | Milenio

La prensa la señaló como asesina serial. Nuevo León la presentó como un trofeo de mano dura. Cristina Soledad, plomera y madre, lleva 15 años presa por crímenes que asegura no cometió.

DOMINGA.- Un día antes de mi encuentro con Cristina Soledad, un jefe de Los Zetas me advirtió que iba a sentarme con el diablo. “Es la maldad en persona”, dijo José Luis. Sentí un hueco en el estómago. Salí de aquella prisión en Apodaca, Nuevo León, y llegué hasta mi hotel pensando en cómo luciría una mujer que ha entrado a una categoría pequeña en la historia criminal de México: una asesina serial que aún está viva.

A la mañana siguiente, al cruzar el acceso del penal femenil de Escobedo, en el norte de México, estaba más expectante que nervioso: ¿Cómo luce el diablo? Y ahí, sentada en la biblioteca, tenía la respuesta: tenía unas trenzas pegadas al cráneo al estilo de las boxeadoras modernas, 1.65 de estatura, cuerpo robusto y unos ojos escondidos detrás de gruesas líneas negras de delineador.

Si me hubieran dicho que mi entrevistada era mariscal de campo o peleadora de peso pesado, lo hubiera creído. Pero no. Esta tarde de julio de 2025, tenía enfrente a la mítica Matataxistas.

Cristina Soledad Sánchez fue acusada del asesinato de múltiples choferes de transporte público.
Hace más de una década, la opinión pública arrancó a Cristina Soledad Sánchez su nombre y lo sustituyó por 'La Matataxistas' | Especial
– ¿Cómo prefieres que te diga? –le pregunto después de presentarme como periodista y su cara de mujer dura se cayó al piso.
– Dime Sol, porque eso es lo que soy ahora: una persona sola– dice, y a partir de ese minuto, ya no dejó de llorar.

Durante tres horas conversó conmigo yendo de un lado a otro: del llanto de niña asustada a los sollozos de una mujer atrapada. “Te voy a contar la historia que nunca he contado”, asegura, la mujer que por sus crímenes estaría presa esta vida, la siguiente vida y hasta la próxima, pues tiene una sentencia de más de un siglo. Pero algo ha ocurrido. Por primera vez, un amparo que tramitó sin ayuda de un abogado ha sido admitido y podría quedar en libertad.

La gente tiene que saber qué es lo que realmente pasó –insiste.

La trabajadora social del penal cierra la puerta de la biblioteca. La Matataxistas y yo quedamos a solas con mi libreta, lo único que permiten llevar a un periodista. Entonces, Cristina Soledad Sánchez Esquivel me cuenta su versión de aquellos crímenes. Como nunca se los había narrado a alguien.

La captura inédita de una asesina serial en Nuevo León

Cristina Soledad Sánchez fue detenida en 2010 acusada de asesinar a varios taxistas en Nuevo Léon.
Cristina Soledad Sánchez Esquivel fue detenida el 4 de junio de 2010 | Especial

Esta es la versión oficial de la historia de La Matataxistas: entre los días 18 de mayo y 4 de junio de 20l0, cinco conductores de taxi en Saltillo, Coahuila, y García, Nuevo León –Abel Mendoza, Gregorio Escamilla, Martín Tovar, José Quiroz y Omar Pérez– fueron asesinados con el mismo modus operandi.

Una mujer paraba su marcha y pedía que la llevaran hasta su supuesta casa en una zona alejada en la Zona Metropolitana de Monterrey y, cuando descendía, un cómplice brincaba desde un escondite y golpeaba al conductor hasta matarlo. Asesina 1 y Asesino 2 robaban sus pertenencias, aventaban el cuerpo a un pozo y huían en el taxi para luego revenderlo.

Un día, el 4 de junio, la ágil justicia neoleonesa resolvió el caso. Les tomó apenas 17 días, en una de sus épocas más ineficientes. Un taxista que sus victimarios dieron por muerto salió al paso de una patrulla. Los policías lo ayudaron y dieron aviso de un taxi tipo Tsuru que rondaría por el municipio García conducido por una mujer. Otros policías vieron el auto robado y detuvieron a Asesina 1, quien confesó rápidamente la autoría de sus crímenes y la ubicación de Asesino 2, quien terminaría preso.

Cristina Soledad y su presunto cómplice fueron acusados del asesinato de varios conductores de taxis en Nuevo León.
A Cristina Soledad la detuvieron con un presunto cómplice | Especial

Asesina 1 dio un paseo por las cámaras de canales de televisión con programas de nota roja y por los micrófonos de tabloides que escurren sangre. Antes de ser juzgada, los tribunales mediáticos dieron su condena. Y con ayuda de las autoridades, la prensa la llamó La Matataxistas, anulando cualquier posibilidad de revisión exhaustiva de su caso. Todos repitieron la misma historia: ella fue una niña abusada sexualmente que se convirtió en una mamá amorosa y que, arrinconada por la pobreza, usaba sus herramientas de trabajo como plomera para robar y matar conductores de taxis.

Los medios estaban fascinados por la dualidad de La Matataxistas: madre abnegada pero asesina serial; bajita pero fornida; tímida pero capaz de las peores atrocidades. Luego, grafólogos y videntes continuaron su perfilamiento psicológico en programas de chismes: la llamaron psicópata, sádica, misántropa y hasta satánica sólo con verle esos rasgos morenos y sus tatuajes, como el de la muñeca izquierda. La historia sirvió a las autoridades para simular que había una autoridad fuerte en Nuevo León, mientras Los Zetas se infiltraban en cada institución del estado.

Algunos de los imputados ya enfrentan condenas por el incendio en el casino que dejó 52 personas muertas el 25 de agosto de 2011.
El atentado de Los Zetas en el casino Royale ocurrió el 25 de agosto de 2011 | Especial

Sólo un año después de la detención de Cristina Soledad, en 2011, Los Zetas quemaron el Casino Royale en plena avenida San Jerónimo de Monterrey, asesinando a 52 personas. La masacre reveló lo que por años escondieron las autoridades: las policías del estado servían al crimen, no a los ciudadanos. Los arrestos fueron ordenados desde los escritorios de los jefes de plaza, no de los comandantes. Así que la justicia presumió la captura de una asesina serial en un intento por mantener una imagen de mano dura contra la delincuencia.

La historia oficial termina en que la supuesta asesina serial recibió una sentencia de 195 años y 11 meses de cárcel. Listo. La justicia ha llegado. La Matataxistas y su cómplice, “El Azteca”, se pudrirán en la cárcel.

“Pero esa historia está mal contada”, me dijo Sol, quien de pronto estiró su mano para buscar la mía y apretarla para que no se le quiebre la voz. “Yo no hice eso. La verdadera Matataxistas está libre, jamás la agarraron”.

Un taxista quiso abusar de Cristina Soledad y ella escapó

Cristina Soledad da por primera vez la versión de su caso.
La historia de Cristina Soledad Sánchez también comenzó con un taxi de Nuevo León | Leonel Rocha

Esta es la versión no oficial de Cristina Soledad Sánchez Esquivel, nacida un 25 de julio de 1977, una niña inquieta y adolescente rebelde que desde los 13 años se salió de su casa en Saltillo, Coahuila, y la “robó” un hombre 18 años mayor con quien tuvo cinco hijos: Estrella es la mayor, luego llegaron Luis Ángel, María Luisa, José Ángel y María.

El 2 de junio de hace 15 años fue llamada por un cliente a instalar la plomería de su casa en Torreón, Coahuila. El trabajo resultó más demandante de lo que ambas partes pensaban y la paga subió a 20 mil pesos; Soledad realizó todas las obras por sí sola para quedarse con todo ese dinero y repartirlo entre sus hijos. Al terminar, estaba tan exhausta que fue a un bar y bebió hasta la embriaguez. Aún no recuerda cómo llegó a su hotel.

Al día siguiente, Soledad tomó un taxi para volver a su casa en García, Nuevo León. El taxista le cobró hasta 900 pesos, más de lo usual, pero se sentía tan mal que no le importó, le urgía tomar una ducha y dormir. Apenas se acomodó en el asiento trasero, cerró los ojos y no volvió a abrirlos hasta que la sacudió el paso del taxi por las vías del tren de García. Ya estaba cerca de casa, así que intentó poner atención al camino.

Los seis asesinatos fueron por ataques a balazos en plena vía pública en municipios como Escobedo, Monterrey, García y Juárez.
Agentes de la policía de García detuvieron a Cristina Soledad | Foto ilustrativa: Alan Elí Pérez.

De pronto, el paisaje ya no le pareció familiar. Estaba del otro lado de García. “¿Por qué me llevas por aquí?”, preguntó al taxista y él respondió que le haría el favor de llevarla a casa de sus primos para quitarle la resaca con más cerveza. Soledad sintió esa punzada en el estómago que los hombres no sentimos en esos escenarios, pero que es perfectamente familiar para las mujeres. Se imaginó abusada en la iglesia derruida de su pueblo o su cuerpo aventado a las vías. Una más, pensó. Él o yo. Y decidió por ella.

El taxista bajó la velocidad en un bache y Soledad se colocó detrás para golpearlo con toda su fuerza de plomera. Para defenderse, le encajó las uñas en el cuello y luego cayó noqueado de inmediato. Aventó al taxista fuera del Tsuru amarillo y ella lo manejó, sudorosa y angustiada, sabiendo que robaba el coche, hasta su casa. Apenas llegó, se fue a la cama tratando de dejar atrás la ansiedad del ataque y la resaca. Pero Soledad sólo durmió unas horas. La culpa le impidió seguir: ¿cómo haría ese hombre para volver a casa?, se preguntaba.

Así que tomó de vuelta el Tsuru con la intención de estacionarlo con las llaves adentro y que el taxista lo pudiera recuperar. Al fin y al cabo, ella ya podía regresar a casa caminando y sin dolor de cabeza.

Al llegar, vio a lo lejos una torreta policiaca y a un oficial marcándole el alto con una pistola. “¡Ella fue, ella fue!”, alcanzó a escuchar antes de que la sacaran a golpes del vehículo, la esposaron y la metieran a una patrulla.

Soledad pasó dos días en una casa de arraigo sin que alguien le explicara los cargos en su contra. No comió, apenas bebió algo. La mayoría de esas horas las pasó atadas a una silla. Los policías la golpearon tan duro que le dejaron una protuberancia en el costado derecho que, dice, le ha provocado una progresiva incontinencia urinaria. Pero los golpes los toleró con estoicidad; sabía que esos hombres se cansarían de patearla. Lo que no aguantó fue cuando le dijeron que avisarían a “los malitos” –Los Zetas– de sus crímenes y ellos matarían a sus hijos.

Soledad firmó su confesión sin leer el documento y se aprendió el discurso que debía repetir ante las cámaras.

El poder de Los Zetas en estos mismos años en Nuevo León

Los Zetas expandieron su dominio al método de transporte.
Los taxis, al igual que cualquier otra actividad económica de Nuevo León, fueron tocados por Los Zetas | Leonel Rocha

En 2010, como en cualquier lugar donde Los Zetas vivían su apogeo, los taxistas se volvieron sus víctimas. Al tomar control de ese oficio, el crimen organizado tenía puntos móviles de distribución de droga, halcones desplazándose por la ciudad y un ingreso seguro al cobrarles derecho de piso. Sólo Los Zetas perdonaban o terminaban con la vida de los taxistas, así que Soledad supo que sus hijos estaban en un peligro real de muerte.

Probablemente fueron los propios Zetas quienes mataron a esos cinco taxistas. En aquella época nadie más se atrevía a tocar a uno, sin el permiso del cártel. Para hacerlo había que estar loco o suicida y Soledad no era ni una ni la otra. Incluso en los artículos más amarillistas que se publicaban sobre La Matataxistas, los periodistas resaltaban sus cualidades como madre y vecina. Ella hacía las tareas con sus hijos, salía con ellos, los mimaba. Tenía planes para su familia y de pronto fue como si le apagaran las luces de todas las casas en las que iba a vivir con sus hijos y sus nietos, acurrucados junto a ella.

“Lo único de lo que soy culpable es de robar ese taxi. Es todo. Y eso pasó hace 15 años, ya perdí a mis hijos, mis amistades, todo lo que tenía en la vida, ¿qué más quieren que pague?”, dice Soledad y en la biblioteca del penal femenil jura que alguien la incriminó con la misma vehemencia con la que yo mismo negaría que maté al Papa.

“Cuando vayas a tu hotel, y yo me quede aquí sola, lo entenderás mejor”, agrega. Fue imposible no sentir vergüenza por tener la posibilidad de regresar a cualquier lugar del mundo, cuando a Cristina Soledad sólo le quedan 100 metros más de libertad hasta la puerta del penal, donde nuestro mayor lujo era una botella de agua fría entre nosotros.

La Matataxistas obligada a convertirse en jefa de seguridad de Los Zetas

El penal estaba ubicado en Monterrey, Nuevo León
En el Penal de Topo Chico había un autogobierno encabezado por Los Zetas | Cortesía

“Sol, alguien me dijo que eres el diablo”, le digo y a ella se le vuelven a hacer ojos de alberca. Una mirada acuosa, ahogada en culpa. “Sí, hice cosas malas, pero sólo para sobrevivir, para mantener viva la esperanza de ver a mis hijos otra vez”.

Tras la sentencia, Soledad fue enviada al infame Penal de Topo Chico, en Nuevo León, tan infiltrado por Los Zetas que el entonces gobernador Jaime Rodríguez, El Bronco, ordenó su demolición en 2020. Al llegar a esa cárcel, Soledad se dio cuenta que el control no estaba en manos de la autoridad, sino del crimen organizado, quienes aprovecharon su fama de asesina serial para infundir terror. Si quería vivir, tenía que hacer lo que esos hombres le ordenaran.

La Matataxistas fue obligada a convertirse en jefa de seguridad de Los Zetas en la sección femenil. Eso incluía hacer cosas terribles que Soledad no quiere que aún se sepan. Sólo me dice que alguna vez fue forzada a matar a una interna recién llegada, porque la esposa de unos de los jefes Zetas sentía celos de ella, y Soledad se negó, a pesar del riesgo.

Por esa desobediencia estuvo 30 días en las “U-Erres”, unas celdas de castigo que Los Zetas habilitaron en el Rondín 2 de Topo Chico y que servían de aislamiento. Por un mes, vivió sola en un calabozo sin luz ni cama. Sólo cuatro paredes y una coladera, por donde se escapaba el agua con orines y heces fecales que le aventaban cuando le daban algo de comer.

“Así era Topo Chico en ese entonces… Por eso, nunca quise que mi familia me visitara. Y ellos tampoco querían verme, porque creían que era mi culpa haberlos abandonado. Pasé 10 años sin visitas. Sin nadie que me ayudara. Sobreviví vendiendo taquitos de chorizo a dos pesos cada uno, cuando venían los hijos de otras internas”, recuerda.

El 12 de diciembre de 2019 finalmente escapó del Penal de Topo Chico. El gobernador dio la orden de tirarlo al año siguiente y las internas fueron derivadas a nuevos centros. Cuando Soledad llegó al penal femenil de Escobedo sintió que había renacido: ya no tenía la presión de Los Zetas encima y podía pedir que sus hijos la visitaran. Entró a la iglesia, empezó a trabajar haciendo estropajos y ahora es auxiliar del pabellón de Psiquiatría, donde trata su propia ansiedad y depresión ayudando a las internas de mayor edad.

Entre las historias que guardaron las paredes de Topo Chico también se encontró la de la 'Matataxistas'
Entre las historias que guardaron las paredes de Topo Chico también se encontró la de la 'Matataxistas' | EFE

“Acá pude estudiar y metí mi propio amparo. Ya me quité 65 años de cárcel. Ahora sólo tengo 130 y voy a luchar por más… Dios me hará el milagro: este mismo año me voy a casa”, dice y de pronto se le ilumina el rostro. Por primera vez, en tres horas, ya no llora. Sueña.

Y cuando ese día llegue, dice, ya sabe qué hará: irá a la iglesia derruida del pueblo y cantará a su Dios, correrá a los brazos de sus hijos, creará una casa para adolescentes con adicciones y, finalmente, comprará un boleto de avión y subirá a uno por primera vez en su vida para sentir lo que es volar.

–Y arreglaré esto. Me aseguraré de que nadie más me diga Matataxistas. Esa mujer murió en las ruinas de Topo Chico. Yo soy Soledad y pronto, cuando salga, seré Cristina –dice con la certeza de quien tiene su excarcelación en la mano.
–Si es así, Sol, entonces nos vemos afuera y allá continuamos la conversación –le digo y esa posibilidad le hemos sellado con un abrazo.
La historia de la 'Matataxistas'
Los asesinatos de taxistas en Nuevo León continuaron aún después de la detención de Cristina Soledad | Leonel Rocha

Salgo del penal femenil sin saber si conocí al diablo realmente. Me parece que en cambio conocí a una presunta culpable. Como muchas y muchos que pagaron –y siguen pagando– los pecados ajenos en la época más violenta de Nuevo León.

Más tarde iré al hotel y revisaré los registros hemerográficos de taxistas asesinados. Si es cierto que La Matataxistas había caído, los crímenes contra conductores debieron caer drásticamente. Y pasó lo contrario: once meses después de la detención de Soledad mataron a cinco taxistas en la colonia Nueva Estanzuela, al sur de Monterrey, y un año más tarde ocho más fueron ultimados en la Zona Metropolitana de la capital de Nuevo León.

Algo no cuadra en la verdad histórica. Una o muchas Matataxistas siguen libres, mientras Cristina Soledad Sánchez Esquivel sueña con la libertad.


GSC/ATJ

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Óscar Balderas
  • Óscar Balderas
  • Oscar Balderas es reportero en seguridad pública y crimen organizado. Escribe de cárteles, drogas, prisiones y justicia. Coapeño de nacimiento, pero benitojuarense por adopción.
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