
Ceniza roja. Socorro Venegas. Ilustraciones de Gabriel Pacheco. Páginas de Espuma. México, 2022.
Diario insepulto, exploración de los sentidos, ramillete de reverberaciones sensitivas: dolor y pérdida. Socorro Venegas narra cómo una mujer, a partir de que fallece su pareja, intenta tener de nueva cuenta una vida. Viuda, vida: la diferencia es una vuelta en u, como ya muchos lo habrán notado.
El presente la enfrenta a la ausencia, el pasado a lo que ya no se puede recuperar y ambos derivan en la desolación, en instantes donde el alma se sostiene al cuerpo a través de un hilo muy delgado. Todavía la cicatriz aún no cierra, y ya empieza a sentir presión a su alrededor, como si le pidieran que pasara la página de ese mal momento y continuara con su camino. ¿Cuál es la prisa? Cada quien experimenta de diferente manera el duelo, ¿o es realmente un renacimiento?
Mientras él ya es pasado, ella intenta recuperarlo. Negar lo ocurrido no es estrategia sino un estado de abatimiento. Porque, como reflexiona Socorro Venegas: “Duele morirse así y no encontrar descanso. Tú te has muerto. La agonía soy yo”. Tal vez por eso Joyce Carol Oates dice que el deber de toda viuda, al año del aniversario de la muerte de su marido, es declarar: “Me he mantenido viva”, y desde esa perspectiva de sobrevivencia, continuar.
El reto es seguir viviendo, avanzar en el camino pese a la ausencia, reconstruirse. El propósito de este diario es mostrar lo complejo que es volver a tomar las riendas de una vida en medio de la soledad y la desesperanza. Cuando muere el ser que amamos, una parte de nosotros también se va. Ella y Alan tenían una vida en común, planes, remembranzas, sueños, objetos que le daban sentido a su cotidianeidad. Las pequeñas cosas valen más por las escenas que evocan que por su esencia ornamental o utilitaria.
No es la primera vez que Venegas aborda el tema de la viudez en su narrativa. Habría que recordar varios relatos y en particular “La música de mi esfera”, incluido en el libro La memoria donde ardía (Páginas de espuma. España, 2019), en donde señala que a los viudos se los lleva el diablo. “Bajo los gestos compasivos con que los demás nos arropan hay una secreta repulsión. No solo fue tu desaparición en el mundo. Contigo también se fueron personas, amigos que no querían verme porque te recordaban y sufrían. Se desvanecieron entrañables objetos, como los libros y discos que tuve que guardar o regalar, pues no toleraba su presencia; todo te sobrevivía y se burlaba de mí”.
Con los sentidos en alerta, introspecciones y visitas al psicoanalista, este confesionario da cuenta de cómo se enfrenta un proceso de recuperación. La vista (el cielo, los árboles, las montañas), el gusto (beber un té y sentir el frío del bosque), el oído (escuchar que los gatos en el tejado se aparean o el canto de los pájaros), el olfato (de una guayaba brasileña) y el tacto (las hojas de la libreta roja que le regaló su maestro, el escritor temperamental que bien podría ser Ricardo Garibay).
Cuando murió Alan, ella recuerda que del crematorio empieza a salir un humo negro. Ese humo que va a derivar en cenizas y, en cierta forma, lo identifica con su pareja. Si observa que las hojas de los árboles se mueven con el aire, también piensa en Alan, acaso en su nueva forma etérea, inasible, simbólica.
Es también una bitácora de murmullos, de la naturaleza. La casa en el bosque, el nuevo lugar que le toca habitar, en donde se sentirá resguardada del dolor. No obstante, la escritura es quizá la única cura para su estado anímico. Se escribe para exorcizar demonios, para atemperar la pena, el llanto. Y eso lo sabe muy bien Nora García, viuda en El rastro, novela de Margo Glantz; en esa historia, Glantz hace que su protagonista se pregunte si a ella deben darle el pésame o a la actual pareja de su ex esposo. “La vida es una herida absurda”, indica Nora García.
También María Luisa Puga hizo una novela titulada La viuda, en donde recupera instantes de un matrimonio que, con los años, ya son una misma persona. “No sabes cómo pesa un muerto. Desvestirlo, vestirlo. Ponerle su camisa favorita o el vestido de novia. Se te puede romper el alma intentando meter un solo brazo en la manga. Incinéralo de inmediato, que arda bien pronto, que se consuman sus verdosidades”, describe Venegas antes que el cuerpo se transforme en cenizas, en humo.
Este recorrido por la desolación del alma viene acompañado por espléndidas imágenes elaboradas por Gabriel Pacheco, uno de los mejores ilustradores. Pacheco es un artista gráfico mexicano, su trabajo se puede apreciar en ediciones nacionales e internacionales. Supo traducir en imágenes ese duelo que describe Socorro Venegas, lo hace de forma magistral. Gabriel Pacheco ha ilustrado varios clásicos, le tengo especial aprecio a la edición que circula de Moby Dick.
“Un ser humano es una sensibilización, un orgasmo de la naturaleza”, recuerda Clarice Lispector con su peculiar manera de tomarle el pulso a la vida. En medio de la oscuridad, Socorro Venegas hace que el lector la acompañe a buscar el aliento perdido, acaso como ella misma expone, para dejar de “estar a la intemperie”.
Por: Mary Carmen Sánchez Ambriz
@AmbrizEmece