
Tras haber revisitado con minucia la obra elizondiana, Javier García-Galiano convoca a profundizar en un aspecto fascinante: las máquinas, los sueños, la ciencia, los prodigios. El subtítulo del libro lo refiere con precisión: “Muestrario de máquinas, sistemas, ciudades, museos y objetos imaginarios”.
La prosa caza lectores, propicia extrañeza y, al mismo tiempo, admiración. Rescoldos de lucidez en donde a partir de ese contacto visual se desencadenan otros estímulos que, de manera inevitable, derivan en lo inesperado. En compañía de este bazar de asombros se forjan bocetos, las líneas que darán vida a nuevos proyectos; es la antesala de la creación o el laboratorio donde se gestan monstruos. Al parecer Elizondo coincide con Wordsworth cuando refiere: “La belleza nace del sonido murmurante”.
Leonardo Da Vinci imaginó diferentes máquinas para que el hombre pudiera volar, mientras observaba con atención el vuelo de aves y murciélagos. Por su parte, Salvador Elizondo diseña máquinas basadas en la energía que desprende la poesía, como ocurre en “Anapoyesis” (pag. 95, extraordinario relato incluido en Camera lucida). Aquí se habla de la energía que nace de la poesía de Mallarmé. Imagino un poema de la literatura mexicana que pudiera ser candidato a utilizarse en el anapoyetrón y me viene a la mente “Suave patria”, de Ramón López Velarde.
En contraposición con Da Vinci, Elizondo no se ocupó en la invención de armas bélicas ni de piezas relacionadas con el movimiento, sino de configurar quimeras, caprichos, máquinas de sueños, entelequias. El autor colecciona maravillas, visiones futuristas como ocurre en “Futuro imperfecto”, célebre narración en donde conoce a Enoch Soames, protagonista del relato homónimo de Max Beerbohm.
Arquitecto de ciudades, curador de arte, innovador de procedimientos para satisfacer la curiosidad. Elizondo juega, se reinventa acaso como medida para evitar el hartazgo. En “Sistema de Babel”, crea una táctica para no referirse a las cosas y animales por su nombre sino por otro apelativo “para que adquieran un nuevo, insospechado sentido que los amplifica o los recubre con el velo del misterio de las antiguas innovaciones sagradas. Se vuelven otras, como dicen. Llamadle flor a la mariposa y caracol a la flor, […] y encontraréis otro tanto de poesía y otro tanto de mundo en los términos de ese trastocamiento o de esa exégesis”. (pag 47 y 48) Olga Tokarczuk tiene la costumbre de no recordar los nombres de las personas que conoce y, de manera intencional, les da otro apelativo que se relacione más con lo que piensa de ellos; así surgen los nombres de algunos personajes de su novela Sobre los huesos de los muertos: Pandedios y Pie grande. Elizondo, tal vez, diría que habría que desaprender, ocuparnos de deconstruir el lenguaje y restarnos solemnidad.
García-Galiano recupera el fragmento de una entrevista de Elizondo —con Silvia Lemus—, cuando puntualiza algo esencial en este compendio relacionado con la concepción del doctor Farabeuf: “El dominio del doctor Farabeuf como cirujano no me interesa mucho. Me interesa mucho el orden de la escritura que emplea Farabeuf para describir cosas que es muy difícil describir, como son las manipulaciones quirúrgicas. Cirugía quiere decir obra de la mano. Eso me interesaba. Entonces yo, agregándole un poco de literatura, condimentando eso literariamente, creo que conseguí una tentativa de cambiar el orden de la escritura literaria”. (pag. 18)
Los instrumentos del doctor Farabeuf están listos para que pueda utilizarlos con la precisión que se requiere, con la habilidad de un narrador que pone en alerta a los sentidos y advierte el instante en que debe realizar movimientos —de manos— con precisión y firmeza. “El filo de la cuchilla hace la grandeza del cirujano” (pag 32).
La anatomía y la fisiología están presentes también en Apocalipsis 1900, un cortometraje elizondiano que rinde homenaje a Bataille, Proust, Baudelaire y Lautreamont, entre otros autores. La poesía se muestra acompañada de los grabados del Manual Operatorio del Dr. Farabeuf y de la revista La Naturaleza. Hay una frase que recupera la principal motivación de Elizondo frente a la ciencia: “Y después, la cirugía: insiste en descubrir el misterio de esa otra máquina que es el cuerpo del hombre”.
El cuerpo es visto como una máquina o como un cadáver colocado en una mesa de laboratorio con un par de libros: Manual de cirugía experimental y Frankenstein de Mary Shelley. Elizondo experimenta también con el lector y obtiene buenos resultados: nos hace vivir al límite, entre el sufrimiento y el erotismo, y acaricia la idea de que el hombre algún día podrá controlarlo todo, incluso los sueños, el futuro y hasta leer la mente.
En esta edición que forma parte de la colección El gabinete de curiosidades del Meinster Floh —uno de los proyectos más propositivos de Ficticia—, rememora el antologador que Elizondo deseaba comprarse un telescopio porque desde su punto de vista “era el único modo de alejarse de este estúpido planeta, y reiteraba: “Omnis Scientia”, como se titula el espléndido prólogo escrito por Javier García-Galiano, nuestro guía y maestro en este recorrido.
Mary Carmen Sánchez Ambriz