A nuestro estado de confrontación perpetua le intentamos dar explicaciones bajo los códigos que construimos durante las últimas décadas, solo que pocos de los elementos pueden seguir entendiéndose con esos parámetros.
De distintas magnitudes, hay hechos que comparten denominadores comunes. Eventos y condiciones que no son el mero producto de las disputas entre los actores, mediocres o no, como lo son las oposiciones y el gobierno en México.
La construcción por medio de la trampa de una mayoría legislativa que permitió la elección popular de jueces; el ritual de estos en una ceremonia de un etnonacionalismo también artificial, pasando por la militarización del control migratorio y el rechazo a asumir la crisis de desapariciones de personas: ninguno equivale a simples acciones de un grupo político en un uso y disputa del poder.
En los códigos políticos, dos o tres fuerzas competían por su influencia en distintos terrenos. Economía, educación, relación con el exterior, etcétera. Lo hacían a través de la competencia por territorialidades, gubernaturas, ciudades.
La pugna, siempre dentro de los vicios de la política mexicana, a veces performativa, ha desaparecido.
No hay lucha por pedazos o hegemonías, sino una sola. Impermeable.
La pérdida de esa disputa es el cambio de la época.
El gran poder modifica reglas. Hace las suyas. No necesita dar espacios a oposiciones para aparentar legitimidad democrática.
El fenómeno sucede en parte del mundo. Si lo vemos en Estados Unidos, en México crece desde las condiciones preexistentes del paciente nacional.
El monolito del poder mexicano lo es con todo y su heterogeneidad. A pesar de sus fracturas. Ninguna suficiente para ocasionarle daño porque se expande con la sumisión de cada entidad.
Estos nuevos sistemas traducen los códigos democráticos para que las sociedades acepten su tendencia autoritaria. El ganador toma todo, el resto ocupa un papel testimonial.
El riesgo que no ven los monolitos es su estructura vertical. Pierden los parachoques naturales. Hoy, la Presidenta habla de baches. Asunto de investidura, supongo. El gran poder prescinde de válvulas de escape. Incluso los absolutos tienen que administrarse.
Hasta en el caos hay motivos.