En su ensayo “Arte y utopía”, el pensador ecuatoriano-mexicano Bolívar Echeverría recupera las dos categorías, establecidas por Walter Benjamin, según las cuales es posible dividir al arte según su valor de uso en “cúltico” y “profano”. Es en el segundo en el que nos concentraremos ahora, aquel que se diferencia de su aparente opuesto al enfocarse menos en las cualidades geniales o sagradas de la producción artística (la obra como objeto en-sí-mismo) que en su potencialidad productora de experiencias.Esta potencialidad se manifiesta en la generación de dispositivos o estrategias de intercambio, en el trazo de vectores o sistemas de relaciones que configuran la obra de arte contemporánea.
Una de las más interesantes re-configuraciones del concepto de propiedad intelectual tuvo su origen alrededor de 1983, de la mano de Richard Stallman y su movimiento en defensa del software libre. Su concepto de copyleft, contrapuesto al de copyright, contempla cuatro libertades: uso, copia, distribución y derivación. De tal modo que un software con licencia copyleft puede ser modificado, alterado, contaminado y distribuido sin por ello violar ningún derecho de propiedad intelectual (pues tal pertenece a la persona que lo registra, siendo esta dueña de la potestad de su libre circulación). Como es de suponerse, este cambio de perspectivas afecta también lo que entendemos por autoría. La esencia del copyleft ha sido, en más de una ocasión, traducida al universo del arte: las novelas escritas por el colectivo italiano de escritores que firma como Wu Ming (traducido al castellano como “sin nombre”) son un claro ejemplo de ello. Como era de esperarse, el teatro latinoamericano no resultó inmune al efecto de este virus informático que infecta y trastoca el reino de la autoría moderna, y es en la obra “No más Zzzzs” de María Candelaria Sabagh y el grupo teatral “Amarillo en escena trajo mala suerte”, donde, según la académica Bianca Racioppe, es posible testificar su influencia más consolidada.
La pieza se estrenó el 21 de abril de 2013 en el Espacio Cultural Urbano, de la ciudad de Buenos Aires. Está licenciada con Creative Commons, aunque con actitud copyleft, y aborda el tema de la cultura libre. Comienza como una parodia del género policial y se sitúa cronológicamente a principios del siglo XX, en Inglaterra. La protagonista, Lady Coote, es la heredera de una valiosa fórmula que todos ansían poseer. Lady Coote es esposa de Sir Coote, un multimillonario que es representado en escena por una figura de cartón de Alfred Hitchcock. Los sirvientes de Lady Coote buscan reapropiarse de la fórmula para volverla de libre acceso. El momento de revelación sucede cuando algunos personajes descubren que están mal traducidos del inglés. Tras descubrir que están mal traducidos, y que la traducción es también un juego creativo, consiguen liberarse y liberar asimismo la fórmula: “escapar de la matrix”, como se diría coloquialmente. Todo termina en una gran fiesta, en la celebración de la cultura colectiva, de la libre circulación del conocimiento. Construida de un modo multimedia —se incorpora el cine, el texto del guión proyectado sobre la escenografía, etc.—, la obra se presentó inicialmente como un work-in-progress y después se modificó a partir de los comentarios del público. Esto es importante desde la perspectiva de la obra de arte como proceso y no como objeto acabado, y acá volvemos a lo que Bolívar Echeverría recupera en su texto sobre Benjamin. El dispositivo, por usar un término de Agamben, en “No más Zzzzs” fue invitar a la modificación y, al hacerlo, borrar las fronteras entre público y autor.
Otra característica del teatro y el arte del presente —de Brecht para acá, por lo menos— ha sido su intensa vena política. Para construir mejores realidades políticas y sociales, es urgente imaginar formas distintas de entender el arte y nuestra relación con él (que es nuestra relación con nosotros mismos y los demás a nuestro alrededor). Una cultura libre, de código abierto, vuelve a insertar la idea de colectividad, como un malware que habrá de infectar el sistema operativo capitalista, regido por individuos. En otros tiempos, según Foucault, las obras circulaban más o menos libremente. Llevamos apenas unos siglos aferrados a la noción restrictiva de propiedad intelectual. No todo ha sido siempre como hoy es: otros mundos han sido —y serán— posibles. Nos corresponde no dejar de recordar. Nunca dejar de imaginar.