Según la cuenta de TikTok @emilapersola, durante la época de la conquista, los soldados españoles traían consigo un instrumento de cuerdas —conocido como vihuela— con el que acompañaban tanto cantos épicos medievales como romances picarescos. Estos últimos eran, como su nombre indica, historias de marginados que se contaban con picardía. La Iglesia intentó prohibirlos y, como suele suceder, fracasaron. Dos siglos después, entre la población ahora mestiza de la Nueva España, los romances habían sido asimilados. De ahí vienen los corridos de bandidos, los narcocorridos, los bélicos y hasta algunos de los tumbados.
La existencia, en el presente, de los corridos que abarrotan las listas de éxitos en varias partes del mundo, podría considerarse consecuencia de una censura fallida. O de varias. Esto es importante tenerlo en cuenta a la hora de pensar en una situación concreta que se vive en Cancún. El gobierno de ese lugar ha decidido prohibir / no otorgar permisos para presentaciones en vivo de artistas de regional mexicano (y también de rap), y en general de toda música que no promueva una serie de valores que estén en perfecta sintonía con el ideal de corrección política defendido por la administración local. Hace casi un mes, estuve presente en el concierto histórico que dio Junior H en la Monumental Plaza de Toros de la CdMx. Cuando tocó “El Azul”, su feat con Peso Pluma, en las pantallas apareció una animación que me dejo helado: se trataba de una mano arrojando pastillas de fentanilo, los botones azules, hacia el público. Esa canción fue censurada: ya no se puede escuchar un fragmento de la letra en Spotify, y es precisamente el verso en que se mencionan los infames botones. Esa imagen tan sórdida, presenciada por casi cincuenta mil personas, se sintió como una respuesta, como un statement. La censura es inútil.
Es muy grave que, desde la administración pública, no se comprenda que los corridos son obras de ficción. Y que la ficción no tiene por qué ser reducida a su potencial mala o buena influencia sobre los receptores. ¿Qué especialista en arte, en literatura o música está tomando esas decisiones? Ciertamente ninguno. Y es que el riesgo de considerar todo un género de música como mera y llana apología del delito, es suponer que todo tratamiento del tema de la violencia y el crimen organizado es el mismo. Y no es así. Habría que escuchar las composiciones de Geovani Cabrera. Habría que escuchar las letras que escribe Diego Millán, de la agrupación Calle 24. Incluso, habría que prestar atención a las palabras que ha firmado y cantado El Compa Chente, con y sin los Traviezoz. Esos son tres ejemplos de artistas que en sus mejores obras no hacen apología de nada, y tampoco directamente esgrimen una crítica, sino que, como el mejor arte, muestran. Nos ponen frente al horror, al mismo tiempo que nos exponen a las mieles del poder y del dinero. Las dos caras de la moneda. Y dejan que el espectador decida. Porque el espectador es capaz de pensar por sí mismo, y no necesita que ningún gobierno le diga cómo debería interpretar el arte que consume. Y ningún ciudadano debería permitir que falten al respeto a su inteligencia.
Hace meses sostuve un intercambio de comentarios, a través de TikTok, con el usuario @mijaillamas. Él había subido un video en el que hablaba de esa vez que a Bob Dylan le dieron el Nobel de Literatura. Yo le escribí que, después de haber recibido ya un Pulitzer, debería otorgársele un Nobel también a Kendrick Lamar, poeta del rap. Él me dijo que sí, y que también —¿por qué no?— a un cantante mexicano de corridos. Y, claro, escuchando las letras de Cabrera, de Millán, del Compa Chente e incluso de nuevos artistas como Pellete, descubro que todos ellos están haciendo a su manera lo que en su momento hizo Dylan, lo que ha hecho Kendrick: cantar historias políticamente incómodas y reveladoras sobre los contextos en que les tocó crecer y vivir. Pero eso, una perspectiva elitista que desprecia todo lo que no se produce desde las esferas de la alta cultura, nunca nos permitiría admitirlo. Pienso que, a pesar de la tentativa de cancelarlos, los poetas bélicos y tumbados seguirán retumbando, y su canto llegará cada vez más lejos, y detenerlo será imposible. Ojalá la administración pública de esa región de nuestro país concentre sus esfuerzos en donde más hacen falta. Eso de pelearse con la representación de la realidad, mientras la realidad sigue intacta, parece no tener mucho sentido.