Una de las características más sobresalientes de la cultura mexicana que se manifiesta en todos los niveles de la interacción social, tanto en la familia, como en la escuela, en la religión, en el trabajo, la política y en la simple amistad, es el paternalismo.
En México cualquier persona que genuinamente se interesa por otra en forma personal, empieza o acaba dándole consejos.
Esta pauta de interacción para mostrar un interés genuino, se manifiesta en los adolescentes y aún en los niños.
El padre, la madre, el jefe, el sacerdote, el funcionario, el diputado y el amigo; protegen, orientan, interpretan o indican el camino a seguir.
El mensaje es: “yo sé y tú no sabes y yo quiero tu bien, tú debes seguir mis indicaciones ¿cómo pueden no seguir las órdenes o sugerencias de alguien que te ama y te habla en nombre de la experiencia humana o de la sabiduría divina?”.
La dinámica del paternalismo se explica también por la inseguridad. “Yo ejerzo mi poder sobre ti porque no puedo ejercerlo sobre mí mismo”.
Además de que la mayor parte de los consejos dados no son puestos en práctica por el que los da.
El que recibe consejos generalmente no los sigue (y si los sigue, no le dan resultado porque la persona que se los dio es distinta a él y vive en circunstancias diferentes
Y si de veras le dan resultado tampoco le va bien, pues el seguir consejos de otro lo hace más dependiente) se queda únicamente con la buena intención y el afecto que detecta atrás de ellos.
El mexicano, según la descripción de Díaz Guerrero, así como es paternalista y protector, es también filial y complaciente. Lo que más trabajo le cuesta es la relación horizontal, de igual a igual.
En México, la democracia es un proceso social difícil, porque incluso desde antes de la colonia, hemos vivido una cultura paternalista.
La alternativa al paternalismo es una comunicación saludable a niveles de igualdad personal (a pesar de todas las diferencias, incluyendo las de género) mutuamente empática y honrada, sin proteger ni ser protegido, afectuosa más no absorbente ni manipuladora, que da a cada persona la libertad de ser en forma diferente.
Comunicar es el intercambio del ser no únicamente del decir. Cuando el ser y el decir coinciden, la palabra adquiere toda su fuerza.
Cuando no se corresponden, la palabra se desvanece ante la contundencia de los hechos.
Por eso la comunicación no verbal tiene mucho más fuerza, porque la comunicación no verbal es ante todo, el propio comportamiento.
Personalmente me niego a comunicarme con alguien que sabe, mejor que yo, como soy y que además considera que así seré para siempre.
Toda persona es un proceso cambiante y la psicología contemporánea ha demostrado que las conductas pueden ser modificadas.
luisrey1@prodigy.net.mx