La estrofa dice: “Mas ¿quién de la alabanza el premio digno/ Con títulos supremos arrebata,/ Y el laurel más glorioso a su sien ata,/ Guerrero invicto, vencedor benigno?/ El que en Iguala dijo:/ Libre la patria sea, y fuélo luego/ Que el estrago prolijo/ Atajó, y de la guerra el voraz fuego,/ Y con dulce clemencia/ ¡En el trono asentó la Independencia!”. Es el elogio a Agustín de Iturbide en la “Oda al dieciséis de septiembre” de Andrés Quintana Roo. Antes en el poema ha mencionado a Hidalgo y Morelos (“honor eterno a los varones claros”) pero sólo porque “el camino supieron prepararos/ ¡Oh Iturbide inmortal! a la victoria”. El primer recopilador de sus escritos (Manuel Miranda Marrón, 1910) dice que don Andrés Quintana Roo debió escribir el poema en 1821, “pocos días antes de la entrada triunfal de Iturbide a México”, o en 1822; en todo caso antes de 1823 por su desilusión cuando Iturbide quiso hacerse emperador.
En su antología Poesía Insurgente (1970) Ramón Martínez Ocaranza le hace un reproche así: “¿Por qué Quintana Roo, que anduvo siempre con Morelos, no escribió una oda Al Congreso de Chilpancingo cuando esta asamblea nacional constituyente —que presidió Quintana Roo— hizo la Declaración de Independencia?”. (Al comentar esto en mi libro La democracia de los muertos [1988] escribí lo siguiente: “A esta pregunta sólo se puede responder con otra: ¿por qué tendría Quintana Roo que cantarle a la rosa si la había hecho florecer en el Manifiesto del Congreso que redactó en noviembre de 1813?”).
Dos siglos y pico más tarde el problema no es que la “Oda al dieciséis de septiembre” se haya “equivocado” con Iturbide sino que palidece de frío y rigidez marmórea frente al Andrés Quintana Roo que deja verse digamos en varios pasajes de Memorias de mis tiempos de Guillermo Prieto. Sobre todo uno. Quintana Roo, “viejecito”, “de penoso andar” se aparece en la Academia de Letrán. De modo ligero y memorable, casi borgeano, escribe Prieto: nos parecía la visita cariñosa de la Patria.