Sólo me dijo “le dieron el Tony a Leopoldstadt”. Implícito: hace tres años nos enteramos de que en Londres no había durado ni tres meses en cartelera la última obra de Tom Stoppard, Leopoldstadt , debido al confinamiento por la pandemia. Desde nuestro confinamiento-CdMx fuimos entonces contemporáneos exactos de todos los londinenses que, a falta de Stoppard montado, Stoppard leído: nos llegó Leopoldstadt
(Faber, 2020) y nos dimos a leer la obra en distintas sesiones.
Leopoldstadt de Tom Stoppard consta de 10 escenas, trata de una familia en un mismo sitio que va cambiando entre los años 1899 y 1955; el nombre de la obra se refiere al barrio judío de Viena del que unas 65 mil personas morirían en el holocausto. Qué bueno Stoppard para tomar libros al parecer reacios a la deriva escénica y sin embargo llevarlos ahí. Por ejemplo tomó Pensadores rusos, de Isaiah Berlin, y The Romantic Exiles, de E. H. Carr, y los volvió la trilogía The Coast of Utopia (Grove Press, 2002); Leopoldstadt echa mano de varios ensayos sobre judíos, antisemitismo y cultura en Viena, y los vuelve Stoppard puro.
Cuando nuestra vecina, maestra y altísima pianista Klara Kacz vio Leopoldstadt en la portada del libro, dijo: “Yo viví ahí”, y comprendió enseguida que por eso se lo dábamos. Klara, niña, logró escapar del nazismo y refugiarse en Inglaterra, donde hizo una gran carrera de concertista. Al día siguiente llamó para decir, con su perfecto español de mucho tiempo en México pese a un leve acento extranjero: “Acabé la obra. Más bien: la obra acabó conmigo”. Fue sin querer como de una frase en Leopoldstadt, donde acude el humor aunque todo al fin vaya a la noche del nazismo.
En Leopoldstadt aparece el juego conocido en inglés como “la cuna del gato”. Un juego de niños que consiste en imbricar una cuerda o un hilo entre las manos. Como una trampa. En México le dicen o le decíamos “la cama del diablo”, tal vez un nombre más conveniente para aludir al ascenso y al arrasamiento de Viena por el nazismo.