Llevado de la mano de la persona a quien me habían encargado, las oscuras y desgastadas duelas del sombrío pasillo rechinaban a cada paso como reclamándonos que las pisáramos.
Al fondo, a través de un vidrio que hacía mucho tiempo había dejado de ser transparente, una desgastada ventana de madera dejaba pasar apenas algunos escasos rayos de luz y a los lados del pasadizo aquel, de algunas grandes y despintadas puertas situadas una frente a otra, provenían agudas voces infantiles y extraños sonidos, como de muebles que arrastraran sobre el piso.
Era la ya hoy muy lejana década de los cincuentas, era el Colegio Modelo, aquel de la “Señorita Elvirita” ahora convertido en antro del Paseo Morelos, era mi primer día de clases, era mi entrada al mundo del aprendizaje, del saber, del desarrollo de las habilidades, de la formación de valores, creencias y hábitos.
Era mi ingreso al mundo de la educación, un mundo que ya nunca abandonamos quienes tenemos la suerte o privilegio de estudiar, en donde aun hoy 3,200 millones de personas no lo tienen (Educación en el Mundo, UNESCO Informe GEM).
La educación es la base no solo del desarrollo económico de los pueblos, sino también de su posibilidad de cultivar aquellos valores y principios que le permitan vivir en paz, armonía y libertad.
Por eso la reglamentación y administración de la educación debe ser una función prioritaria del gobierno, que por encima de sus inevitables y temporales ideologías políticas, se ocupe de facilitar a la población la posibilidad de acceder al conocimiento en todas las vertientes del saber humano.
Educar es brindar un pasaporte al análisis crítico, a la objetividad y a la libertad de pensamiento, cualquier otra opción es mera enajenación no importa el pretexto o titulo que le pongan.
Cuando desafortunadamente como en muchos casos el propio gobierno carece de educación, es imposible que pueda administrarla y promoverla.
Era la década de los cincuentas y pronto aprendí, que la ventana al fondo del pasillo podía abrirse y que al hacerlo, la luz del conocimiento iluminaría aquel oscuro pasadizo.