Narraba un cuento negro, que un día un cazador atrapó un caimán que le pedía lo dejara libre, a lo que el hombre le dijo: “¬
--No te dejaré ir pero, ¡no te acongojes!, te cortaré la cabeza y con tu piel hecha zapatos, viajarás por muchos países,
¡Y le darás la vuelta al mundo!—“. “--¿Y para que quiero dar la vuelta al mundo ya sin cabeza?--”, replicó el caimán, con lo que el trampero le contestó: “--Bueno, que eso no te importe, hoy en día mucha gente le da la vuelta al mundo sin cabeza—“.
Más allá del cierto mal gusto de la fábula la metáfora puede extenderse en un sentido más amplio, a re-entender la vida como un viaje en el que permanente e inevitablemente, cambian tanto el escenario en el que vivimos, como los personajes con quienes en cierto momento lo compartimos.
Es decir; es en el tiempo y en el espacio en los que nos toca vivir, donde “se escribe” nuestra historia, entretejida con la de todos aquellos con quienes de un modo u otro y para bien o para mal, nos toca interactuar y convivir.
Así, para viajar por la vida y comprender y disfrutar del viaje con todos sus claroscuros, sólo es necesario obtener una visa, cuyo único trámite es tener el deseo de entender y comprender el lugar geográfico y el momento histórico en que se vive, con un sencillo ejercicio intelectual que ciertamente implica sacudir la pereza mental y el sobado prejuicio de que Historia y Geografía son temas aburridos, sobre todo hoy en día, en que para las nuevas generaciones la tecnología prima en la moda de su pensamiento.
Entender la vida, el presente o la realidad, son una misma cosa, pero, dado que el uno es siempre consecuencia del otro, resulta imposible comprender el hoy sin conocer el ayer.
Solo que en ese afán, (por cierto generacional), de “inventar el hilo negro”, “vivir el presente” se ha convertido hoy en un mandato con el qué, como una patente de corso se cree poder romper todas las reglas, en aras de entender la vida sólo como el momento que se vive.
Sin pasado, sin presente y sin cabeza, como el caimán del cuento negro.