Me preocupan las micro, pequeñas y medianas empresas. Las mipymes son tan importantes que si ellas sufren, lo resiente el país. Representan 99.8% de las unidades económicas de México y generan siete de cada diez empleos.
Hay múltiples señales de alerta. Mientras que las grandes compañías mexicanas están en plena bonanza (el Índice de Precios y Cotizaciones de la Bolsa Mexicana de Valores se ubica en máximos históricos), las mipymes enfrentan un panorama mucho más adverso.
Sus problemas son conocidos. Apenas una de cada cinco pymes tiene acceso a financiamiento bancario. La informalidad, que abarca a 55% de la fuerza laboral, les resta competitividad. Está también la enorme burocracia que tienen que sortear y la inseguridad, la cual, en algunos casos, se manifiesta en el cobro por derecho de piso. Pero hay un reto en particular en el que me quiero enfocar: el fuerte incremento en los costos laborales de los últimos años.
En los pasados siete años, el salario mínimo subió más de 200% en términos nominales; se prohibió el outsourcing, se duplicaron los días de vacaciones y se incrementaron las aportaciones patronales a las pensiones. Son logros innegables y merecidos en favor de los trabajadores, pero también representan mayores gastos de operación, sobre todo para los negocios pequeños, que no cuentan con los márgenes de maniobra de las grandes corporaciones.
Los datos más recientes del Inegi confirman el cambio de fuerzas: la participación de los trabajadores en el PIB aumentó de forma considerable de 2022 a 2024, alcanzando su nivel más alto en cuatro décadas. Al mismo tiempo, la participación del capital (utilidades, rentas e intereses) cayó de forma pronunciada. Dicho de otra manera: el ingreso se ha redistribuido de los empresarios hacia los trabajadores.
Ese rebalanceo ha tenido efectos positivos. La pobreza en México se redujo de manera significativa en los últimos años, en gran medida gracias a mejores ingresos laborales. El problema es que esta redistribución se dio sin que creciera lo suficiente el tamaño del pastel. Durante el sexenio pasado, el PIB apenas avanzó 1% anual en promedio, por debajo del crecimiento de la población. Y la productividad laboral prácticamente no se ha movido en dos décadas: hoy producimos lo mismo por hora trabajada que a inicios de los años 2000. Esto implica que los recientes beneficios para los trabajadores se han dado, en buena parte, a expensas del capital.
Queda claro que esa dinámica no puede mantenerse de manera indefinida. Una pyme cuyos márgenes se evaporan deja de invertir, se estanca y, tarde o temprano, termina afectando a los mismos empleados que se buscaba beneficiar.
El reto no es escoger entre capital o trabajo, entre empresas o empleados. La clave está en crecer más y ser más productivos para que todos ganen. Si México no rompe su inercia de bajo crecimiento y baja productividad, el riesgo es que, al final, tanto empresas como trabajadores terminen perdiendo.