Bonita cosa nos ha pasado a los creyentes en Jesucristo, que cuando hace semanas se cerraron los templos, las campanas enmudecieron.
Hace como cinco años, los hijos de lo ajeno, se robaron como treinta campanas de los templos de las diócesis de Torreón y de Gómez Palacio dizque atraídos por el contenido de cobre, aunque algunas tenían una aleación muy pobre, puesto que tocaban como tepalcate.
Pero los señores rateros se hurtaron lo que era de las comunidades y que ciertamente no eran para comprar chorizo o frijoles, no tomando en cuenta el sacrificio que cuesta a la gente comprarlas.
Ni las campanas, ni las antenas, es bueno que falten en las comunidades, porque a su modo, cada instrumento aludido, son comunicaciones para las comunidades.
En la epidemia que hemos estado sufriendo en el mundo, las antenas no dejaron de funcionar, alimentando por redes satelitales, pero a las campanas se les mandó enmudecer.
Si viviera Agustín Yáñez, nos lo reclamaría ya que en una de sus novelas platica que cuando alguien sabe tocar las campanas, genera diálogo con el pueblo que atiende su modo e toca.
Para muestras, en un capítulo llamado “juego de canicas”, narra cómo en un pueblo de los Altos de Jalisco, un campanero memoriza los 42 modos diversos, para llamar a los habitantes del pueblo, a diversas reuniones, de acuerdo a la modalidad del toque emitido.
Las campanas son documentos históricos. Años atrás, y no tantos, antas de subir la campana a la torre, los fieles la tocaban y podía pasar hasta varios días en tierra para goce del pueblo.
Las campanas son timbres de orgullo para sus moradores.
Anuncian la alegría de que llegó un Obispo, que llegó un político, un militar, y a sonarlas, que las relaciones Iglesia-Estado son para quienes se divierten con el “estado laico”, que cada quién lo interpreta como le da gana.
En México, históricamente, fue la Iglesia la que promovió el Estado laico, para que éste no se entrometiera en asuntos internos de Iglesia.
En plena persecución religiosa, el poeta zacatecano, Ramón López Velarde, se expresó de la Catedral de Zacatecas, así:
“Y un Catedral, y una campana/mayor, que cuando suena, simultánea con el primer clarín del primer gallo, en las avemarías, me da lástima que no la escuche el Papa, Porque la cristiandad entonces clama como si fue su queja más urgida la vibración metálica, y al concurrir ese clamor concéntrico del bronce, en el ánima del ánima, se siente que las aguas del bautismo nos corren por los huesos y otra vez nos penetran y nos lavan”(Año 1915).
Y el Papa la escuchó.