La Conferencia Episcopal Mexicana y muchos organismos eclesiales en su derredor, en recientes semanas, han adquirido voz en los medios de comunicación social, por la preocupación de la violencia sin sentido que se sigue manifestando en el país, y el proceso democrático que se viene encima, en su vertiente electoral.
Tales organismos están preocupados porque se toca seriamente los derechos humanos, desde muchas perspectivas, y ese quehacer no debe ser extraño a cualquier organismo auténticamente eclesial.
Mucho está llamando la atención el hecho de que varios Obispos del sureste mexicano, han promovido contactos con grupos violentos a los que les proponen una tregua inicial, como un camino para la paz.
El gobierno federal esto no lo censura, pero no faltan algunos políticos de provincia y provincianos, que piden se declare delincuentes a los Obispos que promueven tales contactos.
¡Como si fuera un crimen el buscar cuidados modos para que no se maten! ¡Por favor!
Mal suenan en el ambiente comunitario, tanto el ejercicio clandestino del soborno, como la verborrea desatada que no respeta la dignidad de las personas en sus opciones políticas.
Hay que ofrecer opciones, pero no engañar ni intimidar.
Allá por el año 2000, exhortaba la Conferencia Episcopal Mexicana en su Carta Pastoral, del Encuentro con Jesucristo a la solidaridad con toros(CEM),…”la cultura democrática colabora a la construcción de la sociedad como sujeto de su propio destino, es decir, colabora a que el pueblo realmente ejerza el poder que le corresponde por propio derecho” (364).
“Todos los agentes responsables directa o indirectamente de le educación –padres de familia, maestros, autoridades civiles, pastores de las diversas Iglesias, medios de comunicación, etc.,- debemos promover, a través de nuestros esfuerzos educativos, la cultura de la democracia” (365).
En estas semanas, ya se desató la actividad política en su vertiente electoral.
Casi lo que más se escucha y ve, son las posiciones de ataque.
Pero también hay voces dignas que se mantienen en un nivel cívico noble, ya que la democracia es una dama noble a la que hay que darle un trato donde lo más importante no es que gane el que cada uno prefiera, en algunos casos masivos, con la sorpresa de que buscando el bien común, estamos contribuyendo a que se tome contacto con la justicia, en un momento histórico en el que tal virtud se le da un trato de trapeador de casa.