Hoy, a los diez años de la muerte del gran Germán Dehesa ahora todo el mundo se llevaba con él de a piquete de ombligo. Yo no puedo decir lo mismo; en realidad nuestra relación comenzó de la peor manera cuando en mi columna de Excélsior hice unos chistes a sus costillas cuando en su programa televisión se la pasó hablando en alemán con Chema Pérez Gay. Me dijo hasta de qué me iba a morir y esas cosas que suele ocurrir cuando te encabronas. Así se mantuvo la zacapela a lo largo de un mes (no, amiko millenial todavía no se había inventado ni el Whats ni el negro del Whats ni el Twitter ni nada de esas cosas) hasta que la ira del maestro se fue apagando cuando se dio cuenta que lo mejor que le podía pasar era burlarse de sí mismo. (Quien da lecciones en la materia es Woody Allen que en su autobiografía sí autorizada, A propósito de nada, hace un notable esfuerzo por deconstruirse como Harry, pisotear su memoria y destruir su idolatrada estatua a fuerza de una autoflagelación profunda y detallada al ritmo de no soy un genio, odio la cultura, no soy intelectual… una declaración que en su afán por tener una biografía perfecta jamás harían los intelecuales anaorgásmiscos de la “Eh, la BOA” que al octavo mes ya leían la Odisea en griego antiguo.)
Bueno, el propio Germán se topó con alguien con muy poco sentido del humor, Octavio Paz, que se la hizo de jamón porque su fax se llamaba Octavio Fax.
Pasado un tiempo nos encontramos en una conferencia y ayudados por el alzhéimer selectivo olvidamos las rencillas. Así, poco tiempo antes de su triste fallecimiento, lo entrevisté para las cámaras de Milenio TV en su casa donde hablamos de todo y sin medida y hasta aguantó mis observaciones sobre la pintura de su insólita persona a gran tamaño que dominaba la estancia. En medio de risas y comentarios jocosos le dije que seguramente Denise Dresser era muy su íntima porque tenía una foto enmarcada de ella y su familia en medio de la sala. Él miró la imagen como muchos mexicanos ven ahora el video de la dotora ejecutando algo remotamente parecido al reguetón -cabe decir que la DinoSauri llegó con más sentido del ritmo, aunque fuera a trompicones, a la presidencia de San Lázaro-, y me comentó que un día ella había entrado a su casa para colocar la foto sin consultar. ¿Y por qué no lo quitas, al fin que ahora no está? ¡No, qué miedo, no vaya a ser que pase por aquí y me regañe!
Me pareció muy razonable.
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