El periodismo huele a testosterona por todas partes, en sus redacciones, en las salas de prensa, en las primeras planas, en los impresos, en las páginas web, en las redes sociales, en sus encuentros y coberturas, en los estudios de televisión o en las cabinas de radio. Lo que destilan casi siempre es un periodismo macho.
Cuando los periodistas repetimos estereotipos y criticamos el cuerpo de las personas lo único que hacemos es reproducir un sistema social decadente. La prensa de espectáculos lo hace todo el tiempo: somete a las mujeres a una presión extrema sobre sus cuerpos y no importa si se es hombre o mujer periodista, de cualquier manera entramos a criticar la panza de Miss Universo, las estrías de la actriz de moda o las arrugas de una persona mayor de edad.
Preservamos el machismo en la prensa cuando elegimos al periodista estrella hombre para una asignación, porque “una mujer podría salir lastimada”, o porque desconfiamos de su capacidad para enfrentar una tarea supuestamente reservada a los hombres.
Lo hacemos cuando no incluimos la diversidad de experiencias, cuerpos, clases, historias y retos en nuestra agenda diaria. Cuando no hacemos un esfuerzo extra en la selección de fuentes y aceptamos entrevistar a otros hombres sin preguntar si había mujeres que pudieran hablar del tema o cuando aceptamos hablar en foros sin la presencia de mujeres.
Somos periodistas patriarcales los editores que decidimos poner en las portadas de los diarios mujeres desnudas o con poca ropa sin otro argumento que la estética. También lo somos quienes contratamos a hombres y no a mujeres, quienes ni siquiera nos damos cuenta de la falta de éstas en nuestras redacciones o entre nuestras columnas.
No hay duda de que practicamos un viejo periodismo patriarcal, vean si no el mundo de la prensa deportiva, lleno de clichés y estereotipos, y donde apenas empiezan a abrir brecha mujeres como Marion Reimers y otras colegas.
En un mundo hecho por y para los hombres no resulta extraño que el periodismo que practicamos esté lleno de machismo, aunque para ser justos tendría que decir que esas prácticas periodísticas aún mayoritarias, están ya de salida o en transformación frente a las y los periodistas que entendieron la sociedad y los tiempos en que viven.
Invisibilizamos, discriminamos, estigmatizamos, revictizamos y reproducimos la desigualdad reinante tan sólo por practicar este periodismo macho, caduco. Servimos a las estructuras de poder cuando no señalamos en nuestros trabajos periodísticos esa ausencia de diversidad.
Para cambiar ni siquiera necesitamos mucho. Bastaría quizá con escuchar, sí, con ESCUCHAR a las mujeres, porque cuando salen a marchar y nos gritan que el patriarcado se va a caer, porque están hablando de nosotros y de nuestro periodismo macho.
Si queremos cambiar hay que revisar nuestras prácticas cotidianas y las estructuras con las que hemos construido la prensa, esa que aún no tiene fecha de caducidad, pero sí los días contados de no cambiar ya.
PD. Para empezar ¿por qué no echarle un vistazo al Manual de lenguaje incluyente (Manual_de_lenguaje_incluyente.pdf [www.gob.mx]) que elaboró Inmujeres? O a este Manual de lenguaje incluyente de Oxfam. Oxfam_manualDeLenguaje(2).pdf (oxfammexico.org) y no esperen que les digan cómo cambiar, empiecen ya a buscar.
Héctor Zamarrón
hector.zamarron@milenio.com
@hzamarron