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Tormenta duradera

  • Economía empática
  • Tormenta duradera
  • Héctor Farina Ojeda

Los efectos de la crisis económica derivada de la pandemia de covid-19 están muy lejos de irse. Luego de que las actividades se reanudaran paulatinamente tras meses de confinamiento, la idea que se tenía era de una recuperación lenta pero constante, con algunos altibajos, pero siempre en la certeza de que no podía ser peor. Tras recuperaciones aceleradas, vinieron los frenos, la guerra entre Rusia y Ucrania, la inflación y más inflación. Los precios no solamente no se han tranquilizado sino que siguen subiendo, con lo cual aumentan el empobrecimiento, la desigualdad y los temores de que las frágiles recuperaciones se conviertan en recesiones.

En este contexto, uno de los grandes temores es que la inflación en Estados Unidos termine por frenar a su economía. Y no es para menos: en el mes de junio la inflación fue de 9.1 por ciento, la más alta en los últimos 40 años. La gasolina, los alimentos y la vivienda son los principales factores que inciden en que los estadounidenses estén enfrentando precios elevados a los que no están acostumbrados. Hay un gran esfuerzo para tratar de contener los precios, sobre todo por el impacto que esto puede tener en el crecimiento, en la generación de empleos y en la calidad de vida de las personas.

En el caso de México, la inflación en el mes de junio fue 7.99 por ciento, muy por encima del 3 por ciento que tiene como meta el Banco de México (Banxico). A esto hay que matizarlo con el pronóstico de escaso crecimiento para 2022, que en el mejor de los casos es del 2 por ciento, así como tomando el escenario de pobreza que alcanza a cerca de la mitad de la población. Cuando la economía se desacelera, cuando el crecimiento es escaso y cuando los precios están muy elevados, los que más lo padecen son los que menos tienen.

Si miramos lo que pasa en los países latinoamericanos, el escenario es muy similar en la mayoría de los casos: la recuperación pospandemia es insuficiente, los precios están muy altos, el crecimiento está limitado y todo esto genera descontento en la gente porque, sencillamente, vivir al día sin que alcancen los recursos es extraordinariamente complicado. En América Latina ya había mucho descontento social antes de la pandemia: ya había protestas por la desigualdad, por los precios altos, por la pobreza. La pandemia lo profundizó todo y ahora la inflación lo complica todavía más.

La tormenta económica generada por la crisis sanitaria de la pandemia no ha terminado: se sigue transformando, mutando al igual que el virus, y ahora tiene variantes de inflación, de economías que se frenan y de amenazas de recesión. La gran cuestión de fondo sigue siendo cómo hacer para reforzar los motores internos y que esto nos permita un mejor impulso frente a un entorno que se muestra adverso. Lo cierto en medio de tanta incertidumbre es que los efectos de la crisis económica se mantendrán por un buen tiempo y que hay que impulsar desde dentro cualquier proceso de recuperación.

Por Héctor Farina Ojeda


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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