En su discurso del 20 de noviembre la presidenta Sheinbaum dijo (las negritas son mías):
“México vive un momento que antes parecía imposible. Hoy el poder ya no se usa para someter, sino para servir.
“Ya no hay imposiciones ni privilegios. Hay constitución, hay democracia y hay un gobierno que escucha, que respeta y que responde a su pueblo.
“Porque en México ya nadie es silenciado, ya nadie es perseguido por pensar distinto. Hoy el gobierno dejó de ser un espacio reservado para unos cuantos.
“Ya no es un club de privilegiados. Hoy representa a todas y a todos. Se acabó la era de los lujos del poder. Se gobierna con austeridad, con ética, con honestidad.
“Nunca más justicia para unos cuantos. Nadie ni nada por encima de la ley. Nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho.
“Nada bueno puede surgir de quienes han hecho de la corrupción su modo de vida. Contamos con el respaldo de la mayoría de las y los mexicanos. México avanza por la senda de la honestidad, de la paz, de la democracia y de la justicia”.
Hay en este texto tantos todos, tantos nadies, tantos nadas, tantos ya nadie, tantos ya no, tantos nunca más, tantos hay por vez primera, que , inevitablemente, es un texto inexacto.
Lo único verificable que hay en él es: “Contamos con el respaldo de la mayoría de las y los mexicanos” y “Nada bueno puede salir de quienes han hecho de la corrupción su modo de vida”.
Nos constan ambas cosas de este gobierno, son comprobables. Lo demás es sólo absolutismo discursivo.
Inútil debatir con quien predica su propia perfección. ¿Qué puede razonarse sobre el México de hoy con quien dice estar en un país donde todo está bien, un país que avanza como nunca, que es casi el paraíso?
El problema con los todos y los nadas y los otros absolutismos de la palabra presidencial es que redondean falsamente los hechos, falsifican la realidad.
México está en cualquier parte, menos camino al paraíso.