La escena es repetida. Lilly Tellez -conductora, periodista, simpatizante de Morena hasta que ya no le sirvió, ícono de las mujeres panistas liberadas- viste de negro para usar la tribuna. Usa expresiones copiadas del twitter de su ex jefe para insultar a sus antiguos compañeros de bancada y recordarles que algunos de ellos no solo han sido tomados en video mientras reciben pingües cantidades de dinero, sino que lo presumen y advierten que, así como ellos, hay más.
Rocío Abreu, inclita legisladora del Movimiento, le responde desde su curul al estilo rural: a gritos. Desde gayola, la desmemoriada senadora -que no recordaba para qué había tomado fajos de billetes en la era de Carlos Aysa como gobernador suplente de esa joya de la democracia y el WhatsApp llamado Alejandro Moreno- la califica como “puta“ o “prostituta“ para, luego del ardiente insulto, pedir la palabra y amenazara con presentar un video para adultos de la suspirante presidencial.
El intercambio -penoso, deleznable- es un ejemplo de la sociedad mexicana, donde la vida íntima de una mujer es más condenable que los actos ilícitos públicos de un político.
En el País que No Pasa Nada, la clase gobernante -y la suspirante por regresar a las mieles del poder- se insulta, calumnia, señala, difama o revela sus triquiñuelas… pero nunca les pasa nada. A lo más, llegan a estar en la cárcel por unos meses, años, tras los cuales salen a disfrutar las jugosas ganancias obtenidas de sus arreglos. Esto, en la minoría de los casos.
La justicia norteamericana se usa entonces para mostrar la podredumbre del sistema, aunque sea una contradicción a lo expuesto meses o semanas antes. El veredicto de culpabilidad a Genaro García Luna es de enorme utilidad para señalar los yerros de la política de combate al crimen organizado por parte de México, pero sólo se utilizará como espada de Damocles hacia los políticos demócratas cuando sea útil electoralmente en la Unión Americana. Nada más.
En México, García Luna es el símbolo ya no del fracaso de la Guerra contra el Narco de Calderón sino de la corrupción de su sexenio, corrupción que continúa en nuestros días a la par de la desestabilización del poderío de los carteles.
Quien viva en el corredor del Pacífico mexicano puede testificar de las presiones y el involucramiento del narco en la vida política y social nacional. Negar la presencia de capos y halcones en ciudades es mentir, lo cual no cuesta trabajo a políticos del pasado y, por supuesto, del presente, que culparán a Calderón de todo, incluso hasta de lo que no ingestó.
El domingo, día de la siguiente concentración masiva para defender al INE, la descalificación hacia los ciudadanos asistentes será en dicho tenor, convirtiendo la protesta en un símbolo de apoyo hacia un régimen corrupto donde García Luna es el villano favorito en turno.
Eso apagará la concentración, con lo que será otra protesta costumbrista de quienes desean parar los aires autoritarios.
Mala tarde para todos, menos para quien habla lento, pero aún mantiene sus reflejos políticos muy aceitados.
Por más chuecos que se encuentren.
Gonzalo Oliveros