Si como dice Alejandro Jodorowsky, “el dinero es como la sangre: da la vida si circula”, tendríamos que aceptar que estamos muertos. El poco dinero mata, se va asomando en las turbias manchas de los ojos, se hace presente en la salud de la piel, hasta que se vuelve enfermedad.
Me contó una colega que asistió a un sepelio donde estaban políticos de alto rango, que “ellos” parecían personas como de otra dimensión: los rostros proyectaban un brillo que el “duelo” no podía opacar.
Era el resultado de las horas de sueño, de las ligeras jornadas de trabajo, de los finos shampoos. Por la cualidad abstracta del dinero, una vez poseído —si el poseedor carece de responsabilidad moral— el dinero dará tanta felicidad como descanso.Pero volvamos al inicio.
Estamos muertos —alejados de una vida que otros disfrutan en su Campos Elíseos— porque el dinero no circula. Sería fácil echarnos la culpa del refrán, Al que madruga Dios lo ayuda, y que la pobreza la merece el perezoso. Pero créanme, hay personas que nunca trabajan y cuentan con fortunas que las salvan.El dinero no va a circular porque es parte del plan de aquellos que lo controlan.
¿No se han dado cuenta que en tiempo de elecciones como que abren la llave para crear una falsa sensación de abundancia? No va a circular y tampoco podemos esperar que eso cambie porque nosotros mismos incrementamos —al gastar con mucho placer— las fortunas de caciques locales, nacionales e internacionales.
Y también porque seguimos siendo empleados. Esto quiere decir que los jefes siempre van a ganar más que nosotros.
Si quieren dejar de ser empleados pregúntenle al economista Robert Reich del documental Inequality for All (Jacob Cornbluth, 2013) y les dirá que el primer paso es tener una gran cantidad de capital, y pues cómo, ya que el dinero no lo sueltan.¿Qué nos queda por hacer? Desobedecer, sí, como esos antiguos anarquistas que vieron levantarse en el siglo XIX la lógica que nos aplasta.
Pero, ¿cómo? Tenemos que desobedecer los hábitos que propician la acumulación del capital, que sigue siendo nuestro mayor adversario. Es necesario desobedecer en el mercado, día a día. Primero tendríamos que elegir no gastar pero, si esto no es posible, debemos decidir —con inteligencia— la forma de gastar nuestro dinero.
Sería necesario educarnos en las estéticas del reciclaje, la austeridad y la artesanía, de manera que poco a poco vayamos cavando un túnel para escapar de esta enorme prisión que es el sistema económico.
No hay de otra, de lo contrario un día nos descubriremos en la oscuridad y se nos vendrá encima el alud definitivo de pobreza en nuestra propia casa.
Twitter@fernofabio