Política

Autoengaños

Cuando nuestro Presidente ha convocado a la compra de boletos para el sorteo de un lujoso avión que luego no se entrega como premio, algo no está cuadrando bien. Algo de autoengaño ha de tener.

Cuando nuestro Presidente se la ha pasado desdeñando e incluso minimizando los estragos de la pandemia de covid-19 pero los número de afectados lo contradicen hasta ahora con más de 72 mil muertos, algo, definitivamente, está fallando en su forma de medir, interpretar y ver la realidad.

Cuando nuestro Presidente, sistemáticamente, ha denostado y agredido públicamente a quienes en su imaginario observa como sus “adversarios a vencer” pero luego le ha dado por salir al balcón, henchido de pecho, a vitorear por “el amor del prójimo” algo, definitivo, no está funcionado bien en sus capacidades cognoscitivas.

Para evitar contagiarse del autoengaño reinante, quien suscribe, hombre de razón, se dio a la tarea de bucear en la Internet algunas pistas, algún asidero lógico que pudiera explicar las causas de la mentira: ¿qué beneficios tiene mentirse a sí mismo, cuáles sus efectos, sus lucros? ¿La mentira tiene cura? ¿Es contagiosa? ¿Qué hace posible que los públicos y funcionarios, pese a detectar la falsedad en los dichos y acciones de nuestro Presidente, todavía lo festejen y lo asuman como verdad ya sin la mínima resistencia racional? ¿Será, acaso, el autoengaño una reacción natural en el ocaso de la vida o del poder? ¿La mentira es un equívoco óptico, es el desenlace de quienes, desilusionados de sí, se alejan del mundo objetivado y se dirigen a otros mundos más placenteros a refugiarse? ¿Puede la psicología darnos algunas razones?

No bien se terminaba de teclear la palabra “mentira” en el Google cuando, súbitamente, se apareció el siguiente paper: “La mentira, una reivindicación moral. De cómo la mentira es útil en un paciente en etapa terminal”, publicado en la revista Medicina interna de México por los galenos Jesús Duarte Mote y Graciela Sánchez-Rojas. El primero, miembro del American College of Physicians; la segunda, especialista en terapia intensiva. Su lectura fue como sacarse la rifa. Gratificante. Esclarecedora. Temeraria.

De principio, resumamos: El que miente es todo, menos un tonto. Según los doctores, el que miente lejos de carecer de inteligencia la necesita y la manipula para lograr sus objetivos; “en términos neurofisiológicos, la mentira implica la suficiente inteligencia para conceptualizar los estados mentales propios y de los demás”. ¿Se podría concluir que a mejor mentira le corresponde una mayor inteligencia? Pues sí.

Otro aspecto interesante es nuestra capacidad de mentirnos a nosotros mismos con el fin de buscar la felicidad, pues con ello intentamos esquivar las verdades desagradables o los asuntos dolorosos. Y es que la verdad, ya sospechaba uno, no hace otra cosa sino destruir toda esperanza y optimismo. Comprendido lo anterior, podemos deducir que, “si esta felicidad se consigue ocultando información para lograr un estado de esperanza y optimismo”, pues no hay más que fomentarla desde los atriles públicos y hasta volverla narrativa de gobierno.

Temerarios, los doctores concluyen que “las personas que son capaces de autoengañarse al modificar su interpretación de la realidad, son, en términos generales, personas más estables emocionalmente”. De esto último, ¿qué podemos deducir? Claro, sin intentar autoengañarnos.


@fdelcollado

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Fernando del Collado
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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