Me llama la atención el impacto que provoca nuestro presidente con el manejo de su comunicación a través de las conferencias mañaneras, no digamos de la grave polarización que provoca cuando habla de cualquier tema.
Parece como si el poder acumulado por él en pocas semanas, se hubiese desdoblado y vuelto a doblar en mil pedazos, cual serie de televisión Netflixiana que acapara la atención del gran público televidente, que no pierde capítulo por no perderse de la trama de un asalto “al despoblado” perpetrado a la cordura y al sosiego de muchos, que en el imaginario del mandatario son fifís o por lo menos no son del pueblo bueno.
No deja de ser interesante el método y la trama, también el discurso y la narrativa de un mandatario que escogió el atril o el púlpito, da igual, para recetar consejos, señalar rumbos, denunciar malas conductas, fustigar a los emisarios del pasado reciente y no tan reciente, y, obvio, machacar con obstinada insistencia que el gran problema de México es la corrupción.
Sí, todos estamos de acuerdo con el diagnóstico. Es la corrupción, estúpido. Así diría hace algunos años Clinton, cuando se refirió a la economía como la causante de todos los males que dejaron en EUA los republicanos que precedieron su gobierno.
Sin embargo, el mensaje diario del presidente no tiene réplica, más que aquella que él se receta a sí mismo, cuando corrige o cuando pide disculpas por algún motivo.
Sus opositores ya no lo son, sus contrapartes en el juego de los equilibrios del poder ya no son opción de contrapeso y están pintados en la pared de algún muro de la ciudad y sus voces no se escuchan, tal vez porque ya no hablan ni gritan ni se duelen, ni se mueven ni se inmutan; tal vez lloran en silencio su derrota.
Lo que queda es la sociedad civil que si bien pide la palabra y grita de desesperación, es descalificada de inmediato pues “ya está desgastada con tanto sobrediagnóstico” de los males y de paso es acusada de que no actúan, como si tuvieran poder.
Ayer, en la edición del periódico El País con agudeza dice Gabriela Warkentin: “hoy, el presidente no tiene quien le conteste” y añade: “solo que todo presidente en una democracia que se precise de serlo, necesita quien le conteste. Porque el soliloquio se vuelve admiración del ombligo”
La verdad, merecemos algo mejor.
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