Tomo estas líneas de un extraordinario ensayo sobre nuestra identidad, escrito por el doctor y psicoanalista mexicano Raúl Páramo Ortega. De él provienen estas ideas que a continuación comparto con ustedes.
Freud dijo alguna vez que el carácter de un pueblo es la sedimentación de la historia de ese pueblo, y vaya que tenía razón, pues los mexicanos al igual que otros pueblos de Latinoamérica hemos vivido tremendas historias que han marcado nuestro destino de una manera peculiar: no solo la huella antropológica de nuestra nacionalidad que se forjó al concretarse la conquista del mundo precolombino, sino la consecuencia de la mezcla entre insulares y nativos: el mestizaje, que dio paso a una raza “híbrida” cuya nacionalidad es hoy la nuestra. Somos descendientes de los vencedores y de los vencidos y esa circunstancia única nos hace peculiares, con virtudes y defectos propios, heredados de dos culturas diferentes.
Por un lado, la herencia fundamental de los pueblos de Mesoamérica, de los mexicas, olmecas y otros cuya cultura y manera de ser significaba formar parte de las civilizaciones originales y por el otro, del imperio español cuya herencia de la Europa medieval trajo consigo elementos no conocidos por los nativos:
la guerra, el caballo como vehículo de trasporte, el uso de la pólvora cuya existencia era desconocida por los aztecas y el impacto brutal de las enfermedades que trajeron al nuevo mundo los españoles y que al final fueron cruciales para lograr el triunfo de Cortez, pues las epidemias mataron más indígenas que la pólvora de los mosquetes.
Sin embargo, la condición de ser una raza híbrida nos perfila con enormes virtudes y grandes defectos. Entre los elementos positivos sobresale la riqueza de nuestra capacidad expresiva, nuestro talento artístico, el ingenio para sobrevivir y para resistir la adversidad.
Sin embargo, los indios siguen siendo, por desgracia, la memoria de nuestra derrota y ello acarrea con el paso del tiempo el trauma que nos une, el trauma de la conquista que deja en nuestro pueblo mestizo la proclividad al fatalismo y la irresponsabilidad, elementos de la condición permanente del subdesarrollo.
En mi próxima entrega propondré lo que a mi juicio hay que hacer para remontar este trauma.
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