Pensamos en Dinamarca como el país que roza la perfección. Un modelo de seguridad social admirado. Hasta por Andrés Manuel López Obrador que no se cansa de decir que es el espejo en el que se quiere mirar. Un sistema educativo de excelencia. Un país que combate la crisis climática frontalmente y se acerca al objetivo de cero emisiones. Sin embargo, todo esto no habría sido posible sin la política. Un gran consenso que, en su día, tuvo alto costo político.
Eran los setenta. La crisis petrolera azotaba al mundo. Los países productores de petróleo, en específico los del Golfo Pérsico, decidieron dejar de exportar. Como consecuencia: los precios de los carburantes se fueron al cielo y las principales economías del mundo colapsaron. La crisis tuvo respuestas distintas. La mayoría de los países no aprendieron la lección y decidieron seguir profundizando su modelo altamente dependiente de la gasolina y las energías contaminantes.
En Copenhague, el acuerdo fue otro. Desde la derecha hasta la izquierda, pasando por los conservadores y por los liberales, el consenso fue avanzar hacia un modelo de ciudad y de país más sustentable. Claro que fue difícil. Algunos de los firmantes perdieron elecciones. Y es que, pensamos que la vida es más fácil si nos subimos al coche, aceleramos y vemos la ciudad como ese lugar de paso que nos acompaña entre origen y destino. Copenhague o Ámsterdam no son los paraísos de la movilidad no contaminante simplemente porque les gustan mucho las bicicletas. O porque son genéticamente distintos a nosotros. El consenso político apareció y la sociedad acompañó cargando los costos de tal decisión.
Guadalajara es el botón de muestra opuesto. Durante los últimos 40 años, hemos permitido e incentivado una ciudad violenta, sucia, contaminada y calurosa. Una ciudad que crece entre fraccionamientos cerrados en las periferias, el abandono de los centros urbanos y la destrucción del arbolado. Parece que las decisiones sobre el territorio son tomadas por las empresas inmobiliarias y no por nuestros representantes. Las islas de calor que se reproducen hasta parecer archipiélagos, que alcanzaron esta semana los 43 grados, son una decisión de ciudad. No es ningún destino manifiesto. Construir planchas de concreto para hacer más y más casas sin un árbol o un parque, es una decisión política y económica.
El modelo de desarrollo urbano y la temperatura son dos caras de una misma moneda. ¿Por qué existe una diferencia de entre 6 y 7 grados en distintas zonas de la ciudad? ¿Por qué mientras en Chapalita la temperatura no superaba los 36 grados, en zonas cercanas al centro tapatío se alcanzaba el récord de 41 grados? Es la misma ciudad. Sujeta a los mismos fenómenos climáticos. Llevamos años tomando decisiones en Guadalajara que sólo apuntan en la dirección de cocinarnos. La pandemia parecía que nos había dado un panorama más integral de lo que significa vivir bien, pero lamentablemente sólo salimos de las casas y comenzamos a vivir igual que antes.
Crecimos con la mentalidad de hacer y construir. Y si, por el contrario, en Guadalajara toca destruir algunas cosas. Vea usted el caso de Paseo Fray Antonio Alcalde. Cuando se presentó la obra, no faltó el político que hizo populismo con la intervención. Van a destruir el comercio, van a colapsar el tráfico, bla, bla, bla. Hoy, el Paseo es otro. El clima es otro. La vida es otra. El cambio no se abre camino con facilidad. Sin embargo, aunque hay avances, el ritmo para enfrentar la emergencia climática es lentísimo.
Mientras vivimos eso, vemos a supuestos líderes vecinales que protestan contra una ciclovía. Payasos que se acuestan con el lema de: no pasarán. Para cinco minutos después quejarse de que el calor está de la patada y no hay una maldita sombra en la ciudad. O preocuparse enardecidamente por la crisis climática y cinco minutos después hacer demagogia barata con la verificación vehicular. No es posible tener rumbo si no hay un acuerdo político mínimo. Lamentablemente ni desde el Gobierno ni desde la oposición se ha procurado un acuerdo que nos permita enfrentar este desafío desde la sensatez y la responsabilidad.
Los políticos van lentos, pero nosotros como sociedad tampoco remamos en una misma dirección. La ciudad pensada como coches, cotos y centros comerciales es la antítesis de la sostenibilidad. No usamos el transporte público porque no dan un buen servicio. No caminamos. No fomentamos el trabajo remoto para desincentivar los trayectos innecesarios. No fomentamos el trabajo y la escuela cerca de la vivienda. No reciclamos. Consumimos como desesperados en esta economía de compra y tira. Este calor es producto de decisiones humanas. Muchas de ellas las tomamos nosotros cada día.
Llegarán las lluvias y el debate sobre el calor será sustituido por el de las inundaciones. Nos olvidaremos de ese penetrante y una ciudad que quema literalmente. Nos olvidaremos de estas conversaciones diarias: en Guadalajara nunca había hecho tanto calor. Sin compromiso social y político esto sólo empeorará. Es tiempo de dejar los egoísmos de lado y comprometernos, desde nuestra trinchera, a tener una ciudad distinta. Hacer lo mismo y esperar resultados distintos es la locura misma, decía Albert Einstein. Pues los tapatíos hace rato que encajamos en la definición del genio alemán.