Los medios de comunicación tienen un sesgo negativo. Es la supuesta esencia de la información. Recordemos la frase: las buenas noticias no venden. Esto ha provocado que los círculos informativos estén repletos de negatividad, drama y pena. Muerte, guerras, abusos, tragedias. Dicho sesgo hacia la negatividad ha empujado a una mayoría de la sociedad a aislarse de la información y las noticias. De acuerdo con el Digital News Report de Reuters y la Universidad de Oxford, el 40% de la población mundial evita las noticias. En una década, la población lectora de periódicos en México se ha derrumbado un 81%, de acuerdo a los datos del INEGI. Quien más se aleja de las noticias son los jóvenes entre 18 y 24 años, siendo “la paz mental o la salud mental” una de las principales razones.
Yo no los culpo. Los medios de comunicación no han sabido reinventarse para dar una imagen fidedigna de la realidad. Dice el clásico que el periodismo es el notariado de la realidad. Una estampa fotográfica de lo que ocurre: lo bueno, lo malo, lo regular y lo peor. El problema es que la adicción mediática al click bait y las redes sociales han provocado que los circuitos mediáticos estén cargados de negatividad. Entiendo perfecto a un joven estudiante de universidad que puede concebir que el caudal informativo sólo lo daña. Genera frustración e incluso impotencia. Esto aplica también para quienes nos dedicamos al análisis y al periodismo, una dieta mediática es esencial para entender los fenómenos en su complejidad. Hay mucho ruido e intoxicación.
Hace un par de días, escuché al grandísimo Yuval Noah Harari en el pódcast británico How to Academy. La serie de preguntas y respuestas versaban sobre un mundo en caos: el genocidio en Gaza, la interminable invasión rusa en Ucrania, los algoritmos de la inteligencia artificial que nos controlan, la democracia en retroceso, Trump, Netanyahu y Putin. Una imagen de un mundo abominable. Todo esto es verdad. No obstante, un poco de optimismo y equilibrio en las noticias no nos vendría mal. No todo lo que ocurre es sinónimo o espejo de un mundo en decadencia.
De entrada, luego de meses de conversaciones, hay un acuerdo de paz en Medio Oriente. Donald Trump es un imbécil, pero un imbécil que no ha logrado todo lo que se propuso. El racismo de algunos es contestado por una mayoría de gente que no compra ni comprará las ideas retrógradas de los populistas autoritarios. Estamos a buen tiempo de controlar el desarrollo de la Inteligencia Artificial y someterla a los fines de la humanidad (no al revés). La IA no tiene que ser una tragedia que suponga pobreza, desigualdad y marginación. La democracia está amenazada, pero también protegida por sociedades que se defienden, periodistas que se atreven e instituciones que logran resistir. La democracia ha muerto en el pasado como en la Grecia Clásica o en Roma, o en las guerras civiles o mundiales, pero siempre ha vuelto como el único sistema que nos garantiza igualdad y paz.
A nivel mundial, si ampliamos un poco la mirada, nos daremos cuenta que habitamos la época con menos pobreza en la historia de la humanidad. Los años posteriores a la pandemia han sido de expansión de las clases medias y la tecnología es un instrumento fundamental para impulsar la productividad en amplias regiones del mundo. Tenemos desafíos globales como la migración global o el cambio climático, pero de los cuales se tiene cada vez más conciencia. Es cierto que hay un fortalecimiento político de los extremos, pero también corrientes democráticas que apuestan por la moderación y la centralidad. Hay más que abismo en la realidad.
Creo que el periodismo, los medios de comunicación y quienes participamos en el circuito informativo debemos ser capaces de mostrar a las audiencias mayor equilibrio que invite a consumir información. Debatir las enormes complejidades de los retos que enfrentamos, pero también esbozar salidas esperanzadoras. Al final, el lenguaje y la información son los que nos han permitido evolucionar como humanidad. Las noticias no tienen que ser siempre sinónimo de depresión, desastre e impotencia. En el mundo ocurren muchas cosas que están revolucionando nuestras vidas, desde tratamientos efectivos para enfermedades hasta tecnologías impensadas o investigaciones que nos permitan reconectar como sociedades en un mundo adicto al teléfono inteligente. Un poco de optimismo no nos vendría mal. A pesar de todo, este mundo es mucho mejor que aquel que vivieron nuestros coterráneos hace cien o doscientos años.