Política

Carlos Manzo y el país de los conformes

México es políticamente anómalo. A veces contracíclico. Durante el siglo XX, la dictadura perfecta a la mexicana evitó el ascenso de las juntas militares que dominaron América Latina, desde Guatemala hasta Uruguay. A finales de la pasada centuria, mientras la patria grande se movía a la izquierda con los gobiernos de la “ola rosa”, México comenzaba su alternancia democrática con un conservador ejecutivo de Coca Cola. Y en sentido contrario, cuando el vecindario giraba hacia gobiernos de derecha y denunciantes del populismo, México se adentraba en la autollamada Cuarta Transformación. Políticamente, México siempre ha sido muy singular.

Hoy, el mundo atestigua la caída de los gobiernos; mientras en México se respira una extraña satisfacción política. En Europa, los gobiernos se desgastan a una velocidad sideral. Macron -en Francia- tiene 16% de aprobación. Starmer -Reino Unido- 19%. Merz -Alemania- 31% de respaldo. Sólo Meloni -Italia- supera el 45% de aprobación. Trump pierde Virginia y Nueva Jersey, y su aprobación de Gobierno está en el 42% (el peor dato que tuvo Obama y tres puntos por debajo de Biden).

El mundo occidental vive una ola de indignación colectiva con los gobiernos. Ascienden unos al poder con altas expectativas, se desgastan en cuestión de minutos, aparece en el horizonte la alternancia y el ciclo se repite. El extraño caso mexicano es de una estabilidad pasmosa. Desde 2018 a la fecha, la aprobación de López Obrador y Claudia Sheinbaum se ha movido entre el 63 y el 84%. Es altísima. En una sociedad polarizada por las redes sociales, las ideologías y las guerras culturales, contar con la aprobación de seis, siete u ocho de cada diez es un dato notable. Ninguna democracia experimenta esa satisfacción.

Hay de dos: o todos los encuestadores mienten o en México existe conformidad con la vida política. No creo en las conspiraciones, por ello le doy más veracidad a la segunda opción. México está tranquilo con sus gobiernos. No sólo el federal. La satisfacción se extiende en muchos estados a los niveles local y estatal. Grupo Reforma y El Universal han publicado encuestas subnacionales en donde las aprobaciones de los gobiernos superan el 60%. Es el caso de Jalisco, pero también de otras entidades de la República. Algunos gobernadores han tenido crisis específicas (Sinaloa, Veracruz, Michoacán), pero el clima es armónico. Radicalmente diferente a la indignación popular que marcó el fin del sexenio de Enrique Peña Nieto.

Algunos dirán que es el populismo sedante. Otros que son los programas sociales. O algún morenista creerá que sus gobiernos son altamente eficaces y que la gente está realmente contenta. Mi opinión es que se ha creado una esfera de inmutabilidad en la política mexicana. El Gobierno no puede perder; Morena tiene garantizado el poder por años. La oposición no tiene a nadie y no puede ganar. Este clima de conformidad aderezado con el estilo calmo de gobernar de Claudia Sheinbaum es el cóctel perfecto para un país desmovilizado, conforme y satisfecho.

Eppur si muove. El asesinato de Carlos Manzo amenaza con romper este clima de despolitización aguda. No es un homicidio más. Carlos Manzo es el símbolo de un México podrido hasta la médula. Un México que sigue tropezando con la misma piedra, aunque desde la Presidencia se asegure que “el país ya cambió”. Un presidente municipal que decidió, a pesar de la ley de plata o plomo, estar del lado de los buenos. Nunca pactar con los criminales. Pintar su raya. Que no se calló. Que hasta el último de sus días pidió ayuda y respaldo de las fuerzas federales. Que inexplicablemente, la Federación envió apoyo y el 7 de octubre decidió retirar a la Guardia Nacional. Manzo entendió que tenía un propósito: la seguridad de los ciudadanos de Uruapan. Lo pagó con su vida. Su asesinato es también espejo de ese espejismo de un México distinto. Es lo mismo de siempre. El Michoacán que intervino Felipe Calderón hace veinte años. El imperio de los delincuentes. El México del eterno comienzo en palabras de Ugo Pipitone.

La descompostura de la presidenta de la República es significativa. La reacción de Sheinbaum fue terrible: más preocupada de la mala prensa que de las víctimas. Culpó a Calderón…para no perder la costumbre. Y presentó el enésimo Plan Michoacán. Para después confirmar en el presupuesto que no se plantea ni un peso extra en seguridad. Pura demagogia.

El asunto de fondo es sencillo: ¿el asesinato de Manzo removerá la apacible calma y el conformismo de una gran parte de la opinión pública nacional? ¿Nos daremos cuenta que a pesar de los cuentos presidenciales…el país no va por el rumbo correcto?

Manzo está sacudiendo muchas conciencias. Porque anhelamos la valentía, aunque vivamos acobardados por organizaciones criminales que se imponen en todo el territorio. Porque nos gustaría repetir lo que él decía, aunque el precio es enorme. Porque sabemos que quien defiende la verdad en un país corrupto, casi siempre termina en el panteón. Manzo sacudió la vida del país porque sabemos que tenía razón. Vivimos en una burbuja de estabilidad mientras el México real sigue siendo el de siempre. Manzo se fue un primero de noviembre, ojalá que aquello que simbolizó no se borre tan rápido en la memoria de los mexicanos.


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Enrique Toussaint
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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