Hace 15 años, los gobiernos del PAN pintaban los Juegos Panamericanos como el gran objetivo de Jalisco para posicionarse globalmente. Retomar los discursos de aquellos años es caminar por la galería de los sueños rotos. La promesa de los panamericanos terminó en corrupción, negocios de unos cuantos y nuestra ciudad en manos de los caprichos de Mario Vázquez Raña. Quitando la infraestructura deportiva –alguna de calidad–, el resto son problemas que hoy seguimos enfrentando. La Villa Panamericana en El Bajío es, sin duda, el símbolo del menosprecio de los panamericanos por Guadalajara. Se hizo una villa para que los atletas vivieran 15 días, pero nunca se pensó en los impactos sociales y ambientales de un proyecto erigido en una zona ambientalmente frágil. Los panamericanos fueron un fracaso. Incluso la intervención en el eje vial Vallarta-Lázaro Cárdenas es hoy un estacionamiento urbano.
Me dan escalofríos cuando escuchó a nuestros políticos hablar de todo aquello que haremos para recibir a los miles de visitantes que vendrán a Jalisco por el Mundial. Escucho proyectos urbanos, derrama económica, días de asueto en las escuelas y un larguísimo etcétera. Diría Marx que la historia se repite primero como tragedia y después como farsa. Anteponer los objetivos mundialistas a los intereses de las y los habitantes de esta ciudad es un error gravísimo. Un error que, por cierto, han cometido muchas sedes.
Algunos ejemplos son ilustrativos. Atenas 2004 (olimpiadas), Brasil 2014 y 2016 (olimpiadas y mundial) arrojaron déficits públicos muy preocupantes en materia de gasto. Años después de los Olímpicos, Grecia debió enfrentar una crisis gravísima que supuso la intervención de la “Troika” y la Unión Europea para evitar el contagio de la situación helénica al resto de Europa. Brasil cayó en las garras de la depresión económica. De la misma forma, el análisis del impacto económico de los grandes eventos revela dos dinámicas que debemos tener bien en cuenta en México y en Jalisco. Primero, no hay manera de probar que los grandes eventos deportivos generen mayor crecimiento económico. Ni siquiera en países como Qatar en 2022 puede hacerse una relación entre justa mundialista e incremento del Producto Interno Bruto (PIB).
Y una segunda que es constante: las ganancias por estos eventos quedan centralizadas en manos de las grandes trasnacionales y consorcios que acompañan históricamente a la FIFA. Los pequeños comercios y empresas de los países organizadores suelen tener impactos menores en sus ganancias. Los mundiales en México de 1970 y 1986 son el espejo de estas dinámicas. Suele citarse a Barcelona 1992 como un ejemplo de un evento internacional que potencializó a una urbe; no obstante, Barcelona ya emprendía el camino hacia ser un referente global y los juegos sólo potencializaron esa senda. Por lo tanto, parece que los mundiales suelen ser grandes negocios para unos pocos, mientras que tienen impacto muy limitado en el resto de la población.
En el caso de Jalisco, lo positivo es pensar en la ciudad que se queda después de la Copa del Mundo. El transporte público es una buena herencia. En lugar de los pasos a desnivel en Vallarta y Lázaro Cárdenas de los Panamericanos, una conexión entre el poniente de Guadalajara y el Aeropuerto es fundamental de cara al futuro. Es un insulto que no haya transporte colectivo de calidad al Miguel Hidalgo. Otro legado positivo es la remodelación y el embellecimiento de las principales plazas de la ciudad. El Parque de la Revolución y la Plaza de la Liberación, por citar un par, son emblemáticas y congregan a miles y miles de tapatíos a diario. El mundial debe ser para eso: para construir una ciudad pensada en el futuro. Pensada en quienes habitamos en esta ciudad y no en quienes vendrán unos días a disfrutar de un espectáculo y después se irán.
El histórico de eventos y nuestro propio pasado nos recuerda que si olvidamos poner a la ciudad y sus ciudadanos al frente de las prioridades, los costos de este tipo de eventos son enormes y los pagan las comunidades. Guadalajara debe ser una sede digna para el mundial, pero nunca debemos gastar más de lo que tenemos y menos pensar en infraestructura para un mes. El mundial debe ser una oportunidad para avanzar en proyectos de futuro que están atorados. Un proyecto para embellecer nuestra ciudad. Y no en un motel de paso para unos cuantos visitantes.