“¿Cómo fue que quebraste? -De dos formas: primero poco a poco, y luego de repente…”
Ernest Hemingway, Fiesta
Nuestro pueblo fue tan bendecido, que el problema no era la falta de agua, sino el gran exceso, incluso, la gran capital de los mexicas estaba asentada en el centro de un lago.
El estado de México no fue la excepción de la bendición, al grado de que la toponimia de varios de nuestros municipios, nombres y glifos, contienen raíces que parten del agua ej: Aculco (Lugar donde tuerce el agua), Amanalco (En el estanque de agua), Atizapán de Zaragoza (Lugar de aguas blancas), Otzoloapan (Sobre el agua del jaguar), entre muchos otros.
Era tanta el agua que teníamos los mexicanos que decidimos esconderla, entubara, convertir aquellos hermosos ríos en Calles, Vías, Avenidas, o simplemente en drenajes o tiraderos de basura.
Para los antiguos romanos un buen gobernante era aquel que construía acueductos y carreteras para su gente. En la actualidad, la búsqueda de la rentabilidad política y aceptación del electorado, si es que hubiere recursos, los invierten en cubrir aquel suelo permeable en más asfalto y concreto o si es posible en puentes y obras visibles y no en redes conductoras de agua que no se ven, van enterradas.
Hace aproximadamente 15 años, viviendo aún la abundancia del vital líquido y un exceso que provocaba inundaciones para algunas zonas de asentamientos irregulares, se tomó la decisión de hacer una obra magna para desalojar enormes caudales de agua de la ciudad de México hacia Tula, el Túnel Emisor Oriente, obra multimillonaria para lo que no se contaba con los recursos por lo que se impulsó una reforma a la ley para poder obligar a los municipios del Estado de México a cumplir con la obligación en cuanto a pago por el agua.
Como resultado de aquella reforma de ley que no buscaba el “deber ser” sino el “quien debe”.
En cuanto a lo financiero esa reforma permitió que el Estado y la Federación le pudieran retener participaciones a los municipios en caso de que no pagaran derecho y aprovechamientos del agua al Estado y a la Federación, recursos que estaban destinados para: atender compromisos u obligaciones financieras, requerimientos en materia de seguridad pública, mantenimiento de infraestructura y modernización administrativa para mejorar la recaudación.
En cuanto a lo físico y ecológico, primero que nada, se logró y concluyó una impresionante obra de ingeniería que desaloja millones de metros cúbicos de aguas residuales y pluviales a gran velocidad evitando inundaciones en la zona del Valle de México, sin embargo, dicha agua, dejó de recargar acuíferos de la zona metropolitana y ahora, como hemos observado, se transfirió la problemática a la zona de Tula donde cuando (esporádicamente) llega a llover, padecen inundaciones jamás antes vistas.
Lo más increíble es que esta magna obra, la pagó el pueblo, los municipios y los habitantes de este, resultado de los recursos retenidos por aquella ley.
En días recientes los habitantes del Estado de México y de la Ciudad de México, fuimos informados que el cambio climático había hecho de las suyas por nuestros lares, y así como escribe Hemingway en su novela “Fiesta”, nuestra quiebra hídrica se dio primero poco a poco y luego de repente.
A pesar de que la falta de lluvia nos venía preparando para algo serio, jamás en nuestras vidas hubiéramos imaginado la posibilidad de enfrentar el inminente colapso del sistema hídrico más importante del centro del país “El Cutzamala”.
Así como la canción del grupo Cinderella “No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”, a los mexicanos nos llegó el principio del juicio sumario de nuestra omisión a algo que a lo mejor por tenerlo demasiado al alcance y ser obvio, jamás respetamos y hasta destruimos ya como cosa obvia.
Quizá nuestro instinto destructor de las fuentes de agua, ríos, lagos, manantiales, etc., venga heredado desde que los mexicas se ven en la necesidad de secar el lago de Texcoco donde se había fundado la antigua capital.
Pareciera que no bastara la sanción de condenar la posibilidad de nuestra permanencia en la tierra o al menos en nuestros hogares para que respetemos cuerpos de agua y sus fuentes de recarga y protección.
Arrojar desechos orgánicos y basura en el primer río o laguna dejó de asombrar, se volvió cotidiano, cuando en otros países sería un acto visto como de una película de terror o enfermedad mental.
Árboles y bosques fueron talados para convertirlos en ciudades, suelos permeables cambiados por asfalto y concreto.
Y entonces, primero poco a poco y ahora de repente, nos quedamos sin agua, urgentemente volteamos al subsuelo para buscar extraer el agua que el cielo ya no nos manda, sin medir ni proyectar las consecuencias de estas acciones.
Ante el baño (seco) de realidad al que hoy nos enfrentamos, urge el replanteamiento de los derechos, obligaciones y recursos con los que los distintos órdenes de gobierno deben contar no solo resolver lo inmediato, sino el seco futuro que podría deparar.
Los recursos retenidos se invierten en obras regionales que rara vez benefician a la población que los pagó. Urgen obras y acciones acordes a la problemática mayor que se avecina.
Y lo más importante, de no hacer un planteamiento para el largo plazo, con políticas públicas, reformas a la ley, modificación de hábitos en la población, las medidas inmediatistas para apaciguar la sequía podrían ser la ruta para que poco a poco y luego de repente nos encontremos en una situación que ya no tenga reversa.
Quizás ha llegado el momento de cómo asunto de seguridad nacional, impulsar ahora leyes que frenen por completo la devastación de las zonas de recarga de los acuíferos y aunque siga existiendo la necesidad de vivienda, o replantearla en vertical o provocar una descentralización ordenada, antes de que sea obligada porque sin agua, no hay vida.