“La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado, parece grande, pero no está sano.”
— San Agustín
En 2010, el papa Francisco —entonces Jorge Mario Bergoglio— y el rabino Abraham Skorka publicaron un interesante libro en el que abordan diversos temas, entre ellos las muchas coincidencias entre ambas religiones. Uno de los más profundos es el daño que causa la soberbia humana. A través del caso de la Torre de Babel, reflexionan sobre la capacidad creadora del ser humano y advierten que saberse capaz de hacer grandes cosas no significa necesariamente que deba llevarlas a cabo, pues puede tener consecuencias autodestructivas.
Hoy deseo hablar del asombroso caso del Partido Acción Nacional (PAN): un partido nacido desde la ciudadanía común, con raíces en la clase media, en familias trabajadoras, pequeños y medianos empresarios, y con una profunda influencia del pensamiento católico.
Estas características lo convirtieron en un partido de oposición, que no fue concebido para gobernar, sino para fungir como un contrapeso legítimo frente a un sistema todopoderoso. Sin embargo, los abusos de poder fueron tantos que el régimen se desmoronó. Fue entonces cuando ese partido —donde las candidaturas solían ser testimoniales y asumidas con sacrificio— se transformó en una maquinaria electoral ganadora.
En ese nuevo escenario, políticos que jamás habrían tenido cabida en sus partidos de origen se incrustaron en el PAN, lo colonizaron, y terminaron por controlarlo. Así llegaron al poder candidatos, luego gobernantes —algunos buenos, otros inexpertos, otros más francamente negativos—, y los intereses que arrastraron fueron tantos que el partido terminó por autodestruirse.
Quedaron solo algunas brasas encendidas de aquel gran incendio democrático que primero alumbró al país entero con el Maquio y luego, en su momento, llevó a Vicente Fox a la Presidencia con una euforia colectiva que ilusionó al país. Sin embargo, esa emoción no se tradujo en la transformación esperada por la sociedad.
Atizapán de Zaragoza fue uno de los puntos neurálgicos que avivaron ese fuego. Se convirtió en un epicentro del cambio donde el PAN floreció, maduró, tropezó, y logró recomponerse repetidamente, consolidándose como uno de sus bastiones más representativos.
Este municipio reunió a una ciudadanía con los valores clásicos del panismo: clase media acostumbrada a resolver sus problemas, autosuficiente, con fuerte impulso al trabajo y la participación comunitaria. Al igual que otros municipios del llamado “corredor azul”, Atizapán fue ejemplo de que sí era posible gobernar con respeto, eficiencia y trabajo en equipo.
Sin embargo, como en la historia de la Torre de Babel, la soberbia pretende regresar. Quienes controlan los partidos creen que el pueblo está sometido, que cualquier candidato, sin importar su vínculo con la comunidad, ganará solo por portar las siglas del PAN. Esa arrogancia ya ha costado dos derrotas, por haber cedido candidaturas a perfiles sin arraigo.
Hoy, el presidente estatal del PAN pretende postularse para la alcaldía de Atizapán, a pesar de no ser originario ni haber participado en su evolución política y por si fuera poco, dejó el municipio del cual es oriundo en condiciones deplorables en todos sentidos. Actualmente vive en un fraccionamiento de lujo de Atizapán al cual se mudó hace no mucho tiempo, y su carrera ha prosperado gracias a la política, no al trabajo empresarial y mucho menos comunitario.
El riesgo no es menor. Si el presidente estatal se impone como candidato, el mensaje para la militancia y la ciudadanía será de autoritarismo y prepotencia: las mismas actitudes que un día provocaron la caída del PRI. Aun si llegara a ganar, cualquier escándalo —por pequeño que sea— será explotado por el partido en el poder para desacreditar al PAN, no solo en Atizapán, sino en todo el país, con miras a 2030.
Y si pierde —como es previsible con un candidato sin arraigo— el mensaje será aún más devastador: que Atizapán, uno de los bastiones históricos del PAN, ha perdido la fe en el partido que ayudó a construir. (¡Un alto funcionario del PAN se impone para gobernar un municipio ajeno al suyo y provoca la derrota de su partido!)
El hecho de poder ser candidato —e incluso alcalde— no significa que se deba serlo. La motivación para buscar el poder, la humildad, la generosidad y el profesionalismo que exige la realidad del país, exigen una reflexión profunda. Es la sociedad quien debe conformar y cobijar los gobiernos que verdaderamente representen un cambio de rumbo. No hay margen para la vanidad, porque México necesita referentes genuinos y gobiernos que inspiren confianza, no resentimiento.